¿La Filosofía es inútil o es lo más humano?
A menudo entendemos la palabra filosofía como algo oscuro, abstracto y difícil. Qué es eso de la filosofía, qué se da en esas clases y para qué sirve. Preguntas que fácilmente se escuchan cuando comenzamos a hablar con alguien que se está familiarizando con esta palabra. A la sorpresa y la curiosidad se le une a menudo el desprecio: la filosofía no sirve para nada, se dice, en una sociedad en la que el mero hecho de valorar las cosas en función de su utilidad debería ya hacernos reflexionar de un modo filosófico. Por el contrario, muchos tienden a afirmar que la filosofía es aburrida, incomprensible y no tiene nada que ver con el mundo en que vivimos.
Esta apreciación choca frontalmente con lo que han dicho muchos filósofos: nada hay más propio del ser humano que la filosofía. Todos somos filósofos, cualquiera se hace preguntas y trata de buscar respuestas a lo largo de su vida. Tampoco faltan los que han defendido que la condición filosófica es lo que nos hace verdaderamente humanos y nos diferencia de los animales. En la filosofía encontraríamos, según esto, nuestras más hondas señas de identidad e ignorarla es una condición para el embrutecimiento y la anulación de una forma determinada de pensamiento.
¿Cómo es posible semejante contradicción? ¿Puede lo que unos arrinconan y rechazan ser para otros una de las características más valiosas del ser humano? ¿Qué ha ocurrido para que nuestra cultura e incluso a veces el propio sistema educativo reniegue de lo que han sido más de dos mil años de tradición, de manera que pasemos por encima de una actividad que nos define y nos ha dado una identidad como cultura y civilización? Si queremos comprender estas tensiones y enfrentarnos al mundo en que vivimos hemos tomar como punto de partida un conocimiento claro de aquello de lo que estamos hablando. Analicemos la filosofía para ser capaces de dilucidar después su valor como disciplina.
La Filosofía y sus dos sentidos
Dos sentidos (entre muchos posibles) de la palabra filosofía. La filosofía, como otras tantas disciplinas, nace de la experiencia humana. Hay por tanto un sentido cercano, próximo y vivencial de la palabra filosofía, que se convierte así en una actividad cotidiana del ser humano: cuestionarse a sí mismo y cuestionar nuestro propio entorno es filosofar. La misma etimología de la palabra filosofía nos recuerda que ésta es amor a la sabiduría y la mejor forma de ser sabio es preguntar.
La interrogación se convierte en la actitud filosófica fundamental a la que sigue, en un segundo momento, una toma de postura: todos tenemos ideas (quizás heredadas o quizás propias) sobre cuestiones que nos afectan.
En consecuencia, filosofía es, también, tomar postura, algo a lo que la sociedad de hoy nos obliga: nuestra vida consiste en decidir y esto no es posible en un sentido pleno sin haber reflexionado previamente, a no ser que queramos ser arbitrarios, inconsistentes o incoherentes.
Elegimos las grandes cosas de la vida: qué queremos ser, cómo queremos ser… pero también las cotidianas: ver la televisión, comprar en el supermercado, votar un partido político, afiliarse en un sindicato o realizar voluntariado dentro de una ONG. Son cosas que no hacemos porque sí, sino porque creemos tener suficientes razones para ello. En todas estas decisiones aparecen implicadas creencias personales, valores morales, apreciaciones sobre la realidad que necesariamente encuentran su origen en nuestra forma de pensar.
No hay vida auténticamente humana sin pensamiento que la respalde.
Sin embargo, no es éste el único sentido de la palabra filosofía. Cabe distinguir una segunda acepción que implicaría la especialización en esa tarea tan humana como es el pensamiento.
Estaríamos hablando entonces de la filosofía en su sentido académico, entendida como disciplina o asignatura que se enseña y se ha venido cultivando en nuestra cultura: a lo largo de la historia ha habido quienes han empeñado su vida, su esfuerzo y su tiempo en tratar de dar una respuesta más organizada, más desarrollada a todas esas cuestiones que, de una forma u otra, nos rondan la cabeza.
Desde hace veinticinco siglos esas preguntas han ido cristalizando en respuestas, muchas de las cuales merecían ser discutidas y conservadas. Gracias a todos aquellos que han mantenido y transmitido la filosofía podemos empezar hoy nuestro propio camino filosófico con mucho terreno andado: este es el sentido de una disciplina como la filosofía y su historia.
En este segundo sentido de la palabra, podríamos entender la filosofía como el estudio radical, crítico y último de toda la realidad, que toma como referencia importante además su propia historia, el discurrir de las ideas y el pensamiento. Para entender su utilidad podemos retomar una vieja idea medieval: somos enanos apoyados a espaldas de gigantes y quizás podamos sustentar nuestras respuestas en las que han dado ya otros pensadores, cuyas ideas pueden alumbrar nuestra propia experiencia filosófica.
Esta y no otra debe ser una de las funciones centrales de la filosofía, que convertida en disciplina corre el peligro de encorsetarse en rígidos criterios académicos y entregarse al tedio, al aburrimiento y la revisión histórica de sí misma.
La filosofía y su historia renacen cuando son capaces de dialogar con el presente y languidecen desde el momento en que pierden el contacto con el mismo.
"Por filosofía se han entendido principalmente dos cosas: una ciencia y un modo de vida. La palabra filósofo ha envuelto en sí las dos significaciones distintas del hombre que posee un cierto saber y del hombre que vive y se comporta de un modo peculiar. Filosofía como ciencia y filosofía como modo de vida, son dos maneras de entenderla que han alternado y a veces hasta convivido. Ya desde los comienzos, en la filosofía griega, se ha hablado siempre de una cierta vida teórica y al mismo tiempo todo ha sido un saber, una especulación. Es menester comprender la filosofía de modo que en la idea que de ella tengamos quepan, a la vez, ambas cosas. Ambas son, en definitiva, verdaderas, puesto que han constituido la realidad filosófica misma. Y solo podrá encontrarse la plenitud de su sentido y la razón de esa dualidad en la visión de esa realidad filosófica; es decir, en la historia de la filosofía."
Julián Marías: Historia de la Filosofía
A la luz del texto:
-¿Cuáles son los dos sentidos de la filosofía?
-¿Qué diferencias existen entre las dos visiones? ¿SOn compatibles?
Características de la filosofía
Para profundizar en el conocimiento de qué es filosofía podemos retomar un texto clásico en el que Cicerón trata de explicar quién fue el primero (y en qué circunstancias) en utilizar la palabra filosofía.
Según nos cuenta el filósofo latino, esta es la respuesta que dio Pitágoras cuando le preguntaron en qué consistía ser “filósofo”:
“Pitágoras respondió que a él la vida humana le parecía semejante a un mercado, el más célebre de Grecia en los grandes juegos. Pues, como allí, unos buscan la gloria y nobleza de la corona con ejercicios corporales; otros son ganados por la ganancia y el lucro de comprar y vender; otros cuantos hay, sobre todo, ingenuos, que no buscan ni el aplauso ni el lucro, sino que vinieron a ver y mirar con afán lo que se hace y de qué modo; así nosotros: como a un mercado de cierta celebridad desde alguna ciudad, así hemos venido a esta vida desde otra vida y naturaleza: Unos, a servir a la gloria, otros, al dinero, y hay otros pocos que, teniendo todas las demás cosas por nada, contemplan la naturaleza de las cosas con afán. A estos les llama él amantes de la sabiduría, esto es, filósofos. Y, como allí, era libre el mirar, sin comprar nada; así en la vida se ofrece a todos los que lo desean contemplación y conocimiento de las cosas”
(Cicerón, Cuestiones Tusculanas, Libro V)
(Cicerón, Cuestiones Tusculanas, Libro V)
Igual que podemos ir al mercado (“de tiendas” diríamos hoy) sólo a mirar, parece que esa contemplación es la más definitoria de la filosofía, que consiste por tanto en una mirada. Palabra que nos remite, curiosamente, a la etimología de la palabra teoría: ver, mirar, contemplar. No es casualidad que el propio Aristóteles destacara en su día la importancia de la vista por encima de cualquier otro sentido.
Caracterizar la filosofía será entonces explicar qué es esa mirada, cuáles son sus propiedades más importantes y qué diferencia el mirar filosófico de otras formar de mirar que son tan humanas como la filosofía.
Cuatro características de la filosofía
El primer y quizás más importante rasgo del mirar filosófico es la interrogación. La filosofía consiste en preguntar no sólo en ofrecer respuestas. Sólo la persona curiosa, aquel que pregunta y se pregunta, es capaz de dar rienda suelta a un proceso sin fin en el que unas preguntas nos llevan a respuestas que desencadenan nuevos interrogantes. Aquel pensamiento que merece conservarse vale más por la capacidad de interrogar su presente (y el nuestro) que por la respuesta que ofrece.
Podemos profundizar en esta primera característica poniéndola en relación con otra actitud filosófica. Y es que la interrogación nace de una especial capacidad de asombro ante las cosas: el que asume la realidad como dada no se extraña ante lo que le rodea, y por eso tampoco plantea preguntas. Frente a esto, el filósofo siente esa extrañeza en carne propia y la expresa a través del interrogante que, paradójicamente, termina afectando a su propio hacer, a su propia disciplina: no es habitual que un libro de física comience preguntándose qué es la física, o que otro de literatura incluya una reflexión sobre el ser de la literatura. Frente a eso, muchos de los grandes filósofos de la historia han abordado la pregunta por su propia disciplina: ¿qué es
filosofía?
Una consecuencia directa de este preguntar es la crítica, que bien podría ser la segunda característica definitoria de la filosofía. Probablemente no sea exagerado afirmar que toda filosofía lleva dentro de sí una carga de crítica, entendida como la capacidad separar y discernir. La crítica filosófica huye de la descalificación y se atrinchera en la argumentación.
Las ideas no valen porque vengan avaladas por la autoridad, la tradición o el poder, sino que deben ser examinadas y discutidas a la luz de la razón. En este sentido, repasar la historia de la filosofía es revivir el desarrollo y las vicisitudes del pensamiento crítico.
En tercer lugar, el filósofo mira la realidad de una manera profunda, radical. Ortega y Gasset destacó esta radicalidad como una de las propiedades esenciales de la filosofía: su misión consiste en ir a la raíz, en no conformarse ni con las primeras impresiones ni con las respuestas dadas. Buscar la raíz de los problemas, bucear en lo que se nos presenta como dado y aparentemente insustancial ha sido siempre una de las tareas asumidas por los filósofos.
Frecuentemente esta ambición cuesta un alto precio: la complejidad de los conceptos y las teorías filosófica responde a menudo a su intento por ir un paso más allá que el resto de disciplinas.
Por último, la mirada filosófica es global. Aspira al conocimiento de todo, y por todo siente curiosidad. No existe ninguna otra disciplina que pretenda dar una visión completa de la realidad. Es esta probablemente una de sus grandes virtudes, pero también uno de los reproches que suelen lanzarse contra la filosofía: “sabedor de todo maestro de nada”. La especialización es la mayor garantía del progreso y la fecundidad del conocimiento. Sin embargo, la existencia de la filosofía nos recuerda la necesidad de que, al margen de la profesión o el sueldo, el ser humano pueda enfrentarse a las preguntas más elementales, que todo ser humano se ha formulado alguna vez. Desde este punto de vista, la globalidad es una premisa indispensable.
¿O acaso puede el ser humano conformarse con respuestas parciales?
Valga entonces la siguiente caracterización provisional: la filosofía es un hacer y un saber interrogador, crítico, radical y global. Si queremos ampliar o perfeccionar esta definición, conviene ir familiarizándonos más con los filósofos y sus ideas.
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