ÉTICA APLICADA
Índice:
1. Introducción
2. Bioética
3. Neuroética
4. Ética ambiental
5. Ética de la información
6. Ética de la economía y de los negocios
Introducción
La reflexión filosófica en torno a la moral se viene centrando desde hace siglos en dos conceptos clave: la felicidad (éticas materiales) y la justicia o el deber (éticas formales). La ética ha sido siempre una disciplina eminentemente práctica, en la que se pone en juego la libertad del ser humano ante las decisiones que ha de tomar y la responsabilidad derivada de las mismas.
Sin libertad no habría moral ni ética: cuando no hay diversos cursos de acción difícilmente podemos hablar de responsabilidad. Todos estos conceptos son imprescindibles para cualquier pregunta de tipo ético que queramos plantearnos. En cierta manera son el marco en el que se desarrolla la vida moral de los individuos: las grandes preguntas y nuestra manera de vivir vienen conformadas por estos conceptos que nos permiten “ver de lejos”, tener una concepción general de quiénes somos y cómo hemos de vivir.
Sin embargo, hay una serie de ámbitos en los que se precisa, valga la expresión, una reflexión “de microscopio”, acercar la filosofía moral a las circunstancias de que se trate. En estos casos, hablamos de la ética aplicada. Y aunque toda reflexión ética conlleva una serie de consecuencias prácticas, al referirnos a la ética aplicada aludimos a la consideración de problemas o interrogantes morales que vienen suscitados desde campos concretos de la acción humana y pueden requerir una solución particular en cada uno de los casos. Por así decirlo, la tarea de la ética aplicada consistiría en ver cómo las grandes teorías éticas formuladas a lo largo de la historia pueden ayudarnos a resolver situaciones que no eran pensables en su momento y extenderse también a diferentes ámbitos profesionales en los que puedan surgir problemas morales. La ética aplicada viene así impulsada por el progreso de la ciencia y la tecnología, así como por la aparición de conflictos morales generados en diferentes profesiones: los códigos deontológicos son también desarrollos importantes de la ética aplicada.
Teniendo todo esto en cuenta, no se tiene que ver ningún tipo de oposición entre la ética y la ética aplicada: más bien habría que entender que la ética aplicada representa el esfuerzo práctico e intelectual por prolongar y alargar la reflexión ética, analizando cómo es posible que los principios generales que suelen constituirla nos ayuden a resolver problemas prácticos concretos. Veamos algunos de los campos en los que se ha desarrollado la ética aplicada.
2. Bioética
La bioética es un excelente ejemplo de la necesidad de la ética aplicada. Es evidente que en el contexto histórico en el que se han elaborado las grandes teorías éticas no se podía prever el enorme avance logrado por las ciencias de la vida en los últimos cincuenta años. Dos aportaciones son especialmente significativas: en 1953 Watson y Crick descubrieron la estructura de doble hélice del ADN, lo que permitió conocer los mecanismos de transmisión de la herencia genética. Gracias a esto, se pudo poner en marcha el proyecto genoma humano que se completó en 2003, revelando las bases químicas de nuestro ADN. Las consecuencias de estos progresos en nuestra vida son sencillos de expresar, pero difíciles de calibrar desde un punto de vista ético: nunca antes en la historia el ser humano ha tenido tanto control sobre el fundamento biológico de su propia vida, sin poder evitar la obligación de dar respuesta a los interrogantes asociados a este conocimiento. La bioética nace así como la disciplina que estudia las ciencias de la vida desde un punto de vista ético, incluyendo en su objeto de estudio no sólo a los seres humanos, sino también al resto de animales.
Para tomar conciencia del tipo de problemas que se plantea la bioética basta con repasar el acontecer de la vida humana. Desde el momento de la fecundación se puede plantear la decisión del aborto, que por encima de la reglamentación legal que exista en cada país y de la información que nos pueda proporcionar la ciencia, es una cuestión moral que ha de decidirse por tanto en función de criterios y principios morales. Algo similar ocurre en el momento de nuestra muerte: no son pocos los casos en los que es posible intervenir para precipitar la muerte o provocarla. Cuándo empieza la vida humana y cuándo termina son dos de las cuestiones más importantes de la bioética, pero no las únicas: importa, y mucho, todo lo que “se hace” con esa vida humana a lo largo de la misma, es decir, el tipo de tratamientos y terapias que se ponen en práctica en cada caso. Tan sólo algunos ejemplos: experimentación con seres humanos, consentimiento informado, terapia génica, clonación, investigación con células madre, selección embrionaria con fines terapéuticos, transplantes de órganos...
Todos estos problemas nos resultan ya familiares a todos y llevan tras de sí una gran discusión que se ha de concretar en cada caso: tanto es así, que no es de extrañar que se den soluciones distintas a problemas que sólo en un primer momento pueden parecer el mismo. Si damos por cierto el dicho médico según el cual “no hay medicina sino enfermos”, será inviable pretender solucionar todos los problemas de una vez por todas. Un caso de eutanasia rara vez podrá ser comparado con casos anteriores: este es precisamente el desafío que representa la bioética (y la ética aplicada en general) a las teorías éticas. Esta dificultad intrínseca hace necesario que la bioética se desarrolle de una manera interdisciplinar: no puede decidir sólo el experto en ética, que quizás desconozca las terapias y actuaciones médicas posibles. Tampoco el médico desea en ocasiones cargar con toda la responsabilidad, pues se da cuenta de la trascendencia de su decisión. De hecho, esta manera interdisciplinar de trabajar se refleja a la perfección en uno de los organismos con los que cuenta todo hospital: el comité de bioética. No sólo el médico y el filósofo pueden integrarlo: es imprescindible también el punto de vista jurídico para contar con garantías de que la solución adoptada está en el marco legal. En ocasiones, los comités de bioética incluyen también a otros profesionales, como periodistas especializados o personas sin una formación específica, para contar también con un punto de vista no especializado. El trabajo de los comités de bioética es imprescindible para tomar las decisiones de una forma adecuada: se podría incluso decir que los integrantes de los diferentes comités representan a la sociedad entera, que no puede permanecer ajena a una exigencia fundamental: que los progresos de la ciencia biomédica repercutan en el bienestar de todos y se enmarquen en un contexto moral.
Los principios de la bioética
En el año 1979, T.L. Beauchamp y J.F. Childress publicaron el libro Principios de ética biomédica. Su propuesta recibió el respaldo de expertos en bioética y hoy se estudia ya como un punto de partida elemental para adentrarse en esta disciplina. Según Beauchamp y Childress, cualquier decisión relacionada con la bioética debería tener en cuenta estos principios:
• Principio de no maleficencia: consiste en no dañar al paciente. Se trata de uno de los principios más antiguos de la medicina, presente para algunos en el juramento hipocrático, uno de los primeros códigos deontológicos de la civilización occidental:
“No accederé a pretensiones que busquen la administración de venenos, ni sugeriré a nadie cosa semejante; me abstendré de aplicar a las mujeres pesarios abortivos.”
Si tenemos en cuenta este principio, el médico se ha abstener de infringir ningún tipo de daño al paciente. Evidentemente, este principio no es, ni mucho menos, una fórmula mágica que nos dé la solución de todos los casos: habrá que dilucidar, en cada caso, qué es “infringir un daño” o “hacer un mal”.
• Principio de beneficencia: para algunos expertos es complementario al anterior, la otra cara de la moneda. Según este principio, toda actuación médica ha de buscar el bien del paciente. El objetivo de todo médico ha de ser la salud del paciente, y así lo recoge también el juramento hipocrático: “En cualquier casa donde entre, no llevaré otro objetivo que el bien de los enfermos”.
• Principio de autonomía: según este principio, el médico debe respetar siempre la independencia y voluntad del paciente, a no ser que considere que sus facultades mentales se encuentran alteradas. Se podría decir que este principio es muy posterior respecto a los dos anteriores: encontramos sus bases filosóficas más sólidas a lo largo de la modernidad y la Ilustración, cuando la autonomía y la capacidad de decidir por uno mismo se convierten en valores irrenunciables del ser humano, que va conquistando mayores grados de libertad. Una práctica habitual en la que se refleja este principio y que puede servirnos como ejemplo es el consentimiento informado: el paciente ha de dar su aprobación a las intervenciones que entrañen cierto riesgo, después de haber sido informado por parte del médico en un lenguaje sencillo y accesible, evitando los tecnicismos.
• Principio de justicia: los beneficios y progresos de las ciencias biomédicas han de alcanzar a toda la sociedad, evitando que las desigualdades sociales, políticas o económicas afecten al trato que reciben los pacientes y a sus posibilidades de curación, de manera que los recursos económicos no sean el factor determinante a la hora de decidir el tratamiento que ha de recibir cada cual. Evidentemente se trata de un principio que no puede entenderse de una manera absoluta, pero que sí ha de ser uno de los criterios que guíen las políticas sanitarias y también la práctica médica cotidiana. Se traduce así al menos en dos niveles: hemos de organizar la sociedad para que las desigualdades no afecten al acceso a la salud, que es entendido como un derecho fundamental dentro del estado del bienestar. Además, las investigaciones han de plantearse como meta su máxima difusión en la sociedad, no solamente el beneficio económico.
Hay dos reflexiones que conviene tener en cuenta relacionadas con estos principios:
1. En primer lugar, la relación entre la ética aplicada y la ética. Los dos primeros principios dependen directamente de la reflexión en torno a conceptos morales tan importantes como “bien” o “mal”, de los que se encargan las éticas materiales que son, por supuesto, teorías del bien. Por su parte, los dos últimos principios nos recuerdan inevitablemente nociones esenciales de las éticas formales, como son la autonomía (recordemos la ética de Kant) o la justicia, sobre la que han reflexionado autores como Rawls. Con esto, lo que pretendemos decir es que la ética aplicada, y la bioética no es ninguna excepción, exige un suelo ético sobre el que crecer y desarrollarse.
2. Estos principios clásicos de la bioética no pueden interpretarse como una especie de solucionario que despeje todas las dudas y que nos asegure resolver todas las situaciones que se puedan producir. Muy al contrario: en un caso de eutanasia pueden entrar en conflicto el principio de autonomía y el de maleficencia. Todos los principios exigen así una tarea de interpretación y adaptación a cada uno de los casos, sin perder de vista otro principio médico revestido de carácter moral: la objeción de conciencia.
Se discute si en algunos casos un médico tiene derecho a negarse a realizar una intervención o aplicar un tratamiento que en su opinión ataca directamente sus convicciones morales. Es un tema que dejamos tan sólo indicado, pero que viene confirmar la dificultad inherente a las situaciones a las que nos enfrenta la bioética.
3. Neuroética
Desde el año 2002 se ha creado una nueva línea de investigación que prolonga y continua la tarea iniciada por la bioética. Se trata de la neuroética, que pese a su juventud ha ido despertando en los últimos años la atención de muchos científicos y humanistas. Para acercarnos a este nuevo campo, podemos seguir las orientaciones de Adina Roskies que en Neuroethics for the new millenium distingue dos sentidos en los que podemos entender la palabra neuroética. Ambos derivan, como no podía ser de otra manera de la combinación de neurociencias y ética:
1. La ética de las neurociencias: consiste en la discusión y planteamiento de los problemas éticos que rodean a los estudios que aportan las neurociencias. Según Roskies se puede dividir en dos: las cuestiones éticas que surgen durante los procesos de investigación de las neurociencias (ética de la investigación) y las consecuencias éticas y sociales que estos estudios pueden provocar (implicaciones éticas de la neurociencia). La ética de la investigación cuenta ya con un cierto recorrido en bioética: en qué condiciones realizar las investigaciones, cómo garantizar la autonomía del paciente cuando se sabe que sufre daños neurológicos, etc. Sin embargo, las implicaciones éticas de la neurociencia resultan en cierto modo más novedosas: la investigación neurológica puede encontrar condicionantes cerebrales en delitos que conllevan penas de cárcel, lo que podría obligarnos a reconsiderar la responsabilidad y el castigo que conllevan estas acciones. Otro buen ejemplo lo encontramos en la privacidad y la intimidad: saber quién puede acceder a qué tipo de información es crucial en una sociedad capaz de diagnosticar clínicamente a sus ciudadanos y detectar tendencias a tales o cuales comportamientos.
2. La neurociencia de la ética: consiste en el estudio neurológico de la conducta y el conocimiento moral. Sabiendo cómo funciona nuestro cerebro cuando razonamos moralmente o cuando tomamos una decisión moral, quizás podamos explicar por qué obramos del modo en que lo hacemos. Entran en juego conceptos esenciales de la ética: libertad, voluntad, identidad, yo… Quizás nos vemos obligados a revisarlos y reinterpretarlos, renunciando a la visión tradicional que hace de la libertad la insignia característica del ser humano y la vida moral. Evidentemente, las implicaciones éticas de este tipo de enfoques son muy importantes y aunque tenemos precedentes filosóficos sólidos desde los que ir reflexionando, este segundo sentido de la neuroética se presenta como el más revolucionario y novedoso: saber las bases neurológicas de la moral puede llevarnos a la inesperada conclusión de que hay motivos puramente naturales en nuestro comportamiento y que la libertad o la identidad personal son puras ficciones cerebrales. Además, quizás podamos encontrar en nuestro cerebro el fundamento de una ética universal: si estamos ya predispuestos a seguir ciertas normas desde un punto de vista cerebral, estas podrían contar con motivos suficientemente fuertes como para protegerlas y fomentarlas en todas las sociedades. En resumen, como señala Adela Cortina, la neurociencia de la ética replantea desde la neurología temas tradicionalmente filosóficos como mentecerebro, la libertad o la búsqueda y fundamentación de una ética universal.
El problema mente-cerebro y el de la libertad vienen siendo abordados por la filosofía y la ciencia desde hace siglos. Cualquier aportación de la neurociencia será, por supuesto, bienvenida, pero ambas son cuestiones muy trilladas ya en el mundo del pensamiento.
También lo es, por supuesto, el de la ética universal, pero hay que reconocer que aquí la perspectiva de la neurociencia es muy original. Para profundizar en esta cuestión el psicólogo Joshua Greene ha realizado diversos experimentos a través de dilemas morales de dos tipos (impersonales y personales), registrando en cada caso qué zonas del cerebro se activan cuando tomamos una u otra decisión. Sus conclusiones más significativas son:
1. Hay una parte de nuestro cerebro que se encarga de pensar en términos utilitaristas, dejando las emociones a un lado. Esta parte del cerebro, relacionada con las facultades cognitivas y de razonamiento, controla la mayoría de las decisiones que tomamos sin que haya una implicación emocional o afectiva por parte del sujeto evaluando principalmente las consecuencias de nuestras acciones.
2. Existe otra parte que asume el control de la acción moral, llegando a dominar a la anterior, cuando en la decisión hay implicaciones emocionales y afectivas. Esta es curiosamente la parte del cerebro en la que se producen las emociones: decidimos de acuerdo a sus dictados cuando nos enfrentamos a situaciones en las que, de alguna manera, nos sentimos más involucrados y hay sentimientos ligados al problema que hemos de resolver.
3. En los dilemas impersonales la parte cognitiva del cerebro predomina, mientras que en los personales sucede al revés. Además, los dilemas personales exigen un tiempo de reflexión superior, porque no se evalúan tan sólo las consecuencias de la acción sino también el componente emocional de la misma. Cuando reconocemos a alguien como uno “de los nuestros”, no actuamos igual que cuando pensamos sobre cifras.
La explicación a esto hay que buscarla quizás en la propia evolución: habría normas morales inscritas en nuestro cerebro, favorecidas por el largo proceso evolutivo. No es difícil imaginar que las primeras sociedades humanas dependieran de fuertes vínculos de colaboración para su supervivencia de manera que el comportamiento moral favoreciera la adaptación. La moral del grupo o de la tribu, que hoy nos puede parecer algo a superar a favor de una ética universal, estaría fuertemente arraigada en la naturaleza humana y explicaría nuestra reacción ante muchas situaciones aún en nuestros días: ayudamos a quien percibimos cercano, próximo o familiar, mientras que esta solidaridad se diluye a medida que estos vínculos se debilitan.
Con todo, esta ética cerebral que nos presenta la neuroética debe ser sometida a crítica, precisamente porque ese intento de encontrar el fundamento de una ética universal nos conduce a afirmar que neurológicamente estamos predispuestos a ayudar a aquellos con los que compartimos vínculos emocionales y afectivos, lo cual no encaja precisamente en lo que podríamos entender como ética universal. En este sentido, desde la ética cabría seguir formulando una crítica: esta moral de la tribu se queda corta para una humanidad de más de siete mil millones de seres humanos interconectados entre sí, no sólo por vínculos políticos o económicos sino también comunicativos y, por qué no, morales. A mayores no podemos ignorar otra objeción: si el cerebro no da de sí para justificar proyectos que sí son éticamente universales como los derechos humanos quizás sería necesario ampliar la perspectiva de la neuroética, no para abandonarla pero sí para afirmar que es sólo una más de las contribuciones que se pueden hacer a la ética desde la ciencia, sin que aquella deba perder su dimensión normativa y universal. En esta linea argumentan autores como Adela Cortina (Neuroética y neuropolítica, sugerencias para la educación moral) o Enrique Bonete (Neuroética práctica), que han sido pioneros en introducir la neuroética en España.
4. Ética Ambiental
Una tercera rama de la ética aplicada es la que se dedica a reflexionar sobre la relación del ser humano con su entorno, tratando de establecer ciertas normas y valores morales en la misma.
Se trata de la ética ambiental, que para algunos autores se acerca mucho a la bioética, especialmente cuando aborda problemas como el de los derechos animales, en los que se está poniendo en tela de juicio los vínculos existentes entre hombres y animales. No obstante, no es este el único campo de la ética ambiental: va mucho más allá y abarca todos los desafíos medioambientales de nuestro tiempo.
Tratando de sistematizar los problemas que nos podemos encontrar en esta disciplina, Alfredo Marcos ha propuesto en Ética ambiental la siguiente clasificación:
1. Problemas internacionales: son aquellos que afectan a varias naciones, tanto por las causas como por la solución que se requiere en cada caso. La naturaleza ni entiende ni respeta las caprichosas y arbitrarias fronteras de los hombres, por lo que se precisa reorganizar la política: ya no vale lo que haga exclusivamente un país, sino que las acciones han de ser conjuntas y consensuadas. Algunos ejemplos de estos problemas son el efecto invernadero, el calentamiento global, los accidentes nucleares, o el agujero de la capa de ozono. La búsqueda del beneficio particular de un país puede conducir a un desastre global, lo que nos obliga a repensar cómo distribuir los riesgos y las ventajas. Los países por sí solos no pueden afrontar estos problemas que requieren de unidades mayores, con las suspicacias y preguntas correspondientes: ¿Quién elige cómo funcionan estas organizaciones o quiénes las componen? ¿Son también instrumentos de poder que reflejan la desigualdad de la política real, beneficiando a los que más poder económico, político o militar ostentan?
2. Problemas intergeneracionales: muchos de los problemas ambientales tienen la peculiar característica de hacernos pensar en el mañana. No son pocos los desafíos que se presentan a través de una línea temporal, en la que vamos tomando conciencia de cómo degradamos nuestro entorno y vamos destruyendo riqueza y diversidad biológica. Es inevitable evitar la siguiente pregunta: ¿En qué condiciones vamos a dejar el planeta a nuestros hijos? Esta vivencia cotidiana es expresión de los problemas intergeneracionales: queremos vivir dignamente en la actualidad, pero también queremos que las próximas generaciones puedan disfrutar de los recursos naturales de una forma al menos tan saludable como la nuestra. El choque es innegable, en tanto que hay países que desean alcanzar un mayor desarrollo económico y tecnológico, igualándose a los del llamado primer mundo. Este crecimiento podría comprometer la continuidad de la vida humana en el planeta por el agotamiento de los recursos naturales. Nuestra manera de vivir hoy puede poner en riesgo la continuidad de la especie humana en el mañana, lo que sin duda nos obliga a un nuevo tipo de reflexión ética.
3. Problemas interespecíficos: son aquellos que surgen de la relación entre el ser humano y el resto de seres vivos no humanos, lo cual incluye no sólo especies animales, sino también plantas e incluso, para algunos, recursos naturales y ecosistemas. Nuestro crecimiento como especie trae consigo en ocasiones la desaparición de otras o incluso la eliminación de espacios y bienes como el agua o los bosques. Así, hay expertos en ética ambiental como Peter Singer que critican el especismo (discriminar a los seres vivos en función de la especie a la que pertenecen) y se muestran partidarios de otorgar valor moral a los seres vivos, incluyendo incluso ciertos derechos. El antiespecista afirma entonces que la naturaleza posee un valor en sí al margen del beneficio que podamos extraer de la misma y que este valor debe ser preservado. El problema está en cómo fundamentar esta teoría, encontrando un criterio que reconozca el valor de los seres vivos, que sea gradual y que no renuncie a la unidad esencial de todos los seres humanos. Veamos un ejemplo: Peter Singer ha propuesto que tal criterio sea la capacidad de sufrir unida a ciertas capacidades cognitivas. Las consecuencias son cuando menos cuestionables: de manera indirecta estaría legitimando prácticas eugenésicas de selección de seres humanos, desechando a aquellos que sean diagnosticados con un trastorno cognitivo, y asumiendo, por ejemplo, que un chimpancé tendría más derechos que ellos.
Corrientes más importantes de la ética ambiental
Para hacer frente a los problemas indicados hay tres grandes grupos de teorías:
En primer lugar, estaría el antropocentrismo fuerte, según el cual el ser humano dispone de la naturaleza según sus necesidades y va solventando los problemas que surgen. Si la industrialización y el crecimiento económico generan problemas medioambientales, la ciencia y la tecnología encontrarán la solución a los mismos, tal y como ha venido haciendo en los últimos siglos. Se trata de una postura que confía demasiado en el hombre y en la ciencia y que apenas cuenta con crédito y representantes en el mundo intelectual. Sin embargo, la irresponsabilidad respecto a la naturaleza asociada a esta teoría sí puede verse en muchos comportamientos individuales, por lo que quizás no está de más combatir este modelo desde el campo educativo y social, para evitar que la suma de actitudes y hábitos que dañan el entorno traiga consigo unas consecuencias irreversibles.
En segundo lugar, cabría hablar de un antropocentrismo moderado. Se afirma igualmente la superioridad del ser humano respecto a cualquier otra especie: somos, por así decirlo, el centro de la naturaleza. Sin embargo, no se admiten las exageradas consecuencias que extrae el antropocentrismo fuerte. Al contrario, el antropocentrismo moderado aboga por reconocer valor al resto de seres vivos, ofreciendo diferentes razones para ello:
1. La naturaleza tiene una importancia para el ser humano que no es exclusivamente material. Brian Norton ha elaborado un utilitarismo amplio en el que reconoce el valor simbólico, estético o psicológico de la naturaleza. La suma de todos estos beneficios hace que debamos preservarla y establecer normas que la protejan de los posibles desmanes de la ciencia, la tecnología o el crecimiento económico.
2. La ética de la responsabilidad de Jonas. Los seres vivos tienen un valor en sí en función de su capacidad de plantearse fines. A mayor complejidad biológica, mayores y más diversos son también los fines que puede perseguir una especie. De aquí nace también el imperativo que nos obliga a legar el planeta en unas condiciones que permitan que la vida humana siga siendo posible.
3. Ética ambiental de inspiración católica: para los pensadores católicos el ser humano vale más que cualquier otro ser vivo, pero esto no implica que plantas y animales carezcan de valor en absoluto. Al contrario: puesto que son concebidas como creaciones de Dios han de tener un valor intrínseco y merecen conservarse. Así comienza una tarea de recuperación y reinterpretación de textos clásicos (como el Cántico a las criaturas de San Francisco de Asís) y se van elaborando nuevos textos con propuestas que defienden las protección de la naturaleza y el valor divino de la misma.
Un tercer grupo de teorías que responde en cierto modo a este antropocentrismo moderado es el integrado por las teorías antiantropocentristas, que se niegan a admitir que el ser humano sea el centro de la naturaleza o una especie superior a cualquier otra. Este “descentramiento” lleva consigo una firme defensa de diferentes entidades naturales. Entre estas teorías cabe citar las que aparecen a continuación:
1. Biocentrismo: según esta teoría, los animales y las plantas tienen un valor moral, por lo que hay que desarrollar las medidas adecuadas para que este valor sea reconocido. En esta línea van los movimientos de derechos y liberación animal, representados por filósofos como Peter Singer o Jesús Mosterín. Como ya hemos comentado, ciertascapacidades como el sentir placer o dolor, o el contar con facultades cognitivas son el fundamento desde el que justificar estas reivindicaciones.
2. Ecocentrismo: dando un paso más allá, defienden que no sólo merecen una consideración moral las plantas y los animales sino también los ecosistemas y sus componentes esenciales como el agua y el aire. L. E. Johnson llega a decir que los ecosistemas son organismos con intereses propios, como puede ser el equilibrio o la conservación a lo largo del tiempo.
3. Ética de la tierra: parte de un libro clásico de Aldo Leopold, titulado Una ética de la tierra, en el que Leopold introduce el concepto de comunidad biótica, integrada tanto por la materia orgánica como la no orgánica, incluye profundos equilibrios que el ser humano debe respetar. Esto se convierte en un valor que puede estar incluso por encima de la vida humana que es tan sólo uno más de los elementos integrados en el gran sistema orgánico de la naturaleza.
4. Ecología profunda (deep ecology): la ética no debe preservar seres particulares ni tampoco ecosistemas o comunidades. El valor moral de la naturaleza es aún más profundo y se localizaría en las hondas interacciones, dependencias y conexiones entre todos los seres vivos. Warwick Fox o Arne Naess se muestran partidarios de crear una auténtica cultura de la naturaleza que nazca en la ética y se extienda al derecho, la ciencia, la tecnología...
5. Ecofeminismo: según esta teoría la dominación y la explotación de la naturaleza es característica del androcentrismo, es decir, es el varón el que ha consolidado a lo largo de los siglos las actitudes que nos están conduciendo hacia el agotamiento del planeta. Autoras como Carolyn Merchant, Elizabeth Gray Dodson, o Alicia Puleo argumentan que mayores cuotas de igualdad entre hombre y mujeres tienen que conducir hacia nuevas formas de relacionarse no sólo entre los seres humanos sino también con la naturaleza. Así, la causa de la mujer ha de ir unida a la de la naturaleza y la mujer tiene mucho que decir en el debate alrededor de su conservación y recuperación.
La diversidad de teorías no debe confundirnos: en realidad, el debate esencial en ética ambiental se centra en cuestionar el lugar del hombre en la naturaleza. Antropocentristas y antiantropocentristas son las dos corrientes más representativas, y no hemos de perder de vista que ambos confluirían probablemente en más de una reivindicación común en muchos de los problemas ambientales concretos. Es decir, a excepción del antropocentrismo fuerte ninguna corriente de ética ambiental estaría a favor de desentendernos de la naturaleza y seguir ahondando en muchos de los problemas a los que de una forma u otra el desarrollo de las sociedades occidentales ha contribuido. La diferencia esencial radica entonces en qué nivel moral (e incluso jurídico) le reconocemos a los seres naturales y si en algún caso éste puede ser igual o superior al de la vida humana.
5. Ética de la información
Con la ética ambiental cerramos todo lo relacionado con el mundo natural, para adentrarnos
en otra de las ramas de la ética aplicada, impulsada principalmente en las últimas décadas a
partir de la aparición del ordenador y sobre todo de Internet. Nos estamos refiriendo a la ética
de la información, que ha ido adquiriendo un peso específico muy importante: se trata de la
reflexión en torno a todas las consecuencias prácticas derivadas de la aparición y extensión de
las tecnologías de la información y la comunicación (TIC's). La digitalización del saber y la
cultura no es, ni mucho menos, un proceso neutro, por lo que es imprescindible que se vea
acompañado al menos de un planteamiento normativo de los problemas que van apareciendo.
Rafael Capurro ha apuntado algunos de los temas más debatidos en la ética de la información,
entre los que cabe apuntar los siguientes:
1. Brecha digital: las diferencias socioeconómicas provocan que los países más pobres no
puedan acceder a la red, con la pérdida de oportunidades que esto representa. La
sociedad del conocimiento implica una fuerte infraestructura no sólo dentro de cada
casa, sino también en la propia sociedad. Así las TIC's pueden ser un factor más de
exclusión que contribuya a aumentar las diferencias entre los países más ricos y los
más pobres. Por si esto fuera poco, el concepto de brecha digital no alude sólo a los
medios tecnológicos sino también a nuestra capacidad para utilizarlos lo cual está
directamente relacionado con el siguiente aspecto.
2. Alfabetización digital: es el aprendizaje técnico y humanístico imprescindible para
obtener de la red el máximo provecho en todos los servicios que ofrece, como la
búsqueda de información, el comercio, las redes sociales, la formación on-line... La
alfabetización digital va mucho más allá del conocimiento técnico y exige como
requisito previo una capacidad crítica de filtrado de la información, por lo que sin la
alfabetización “analógica” y humanística es impensable una verdadera sociedad del
conocimiento. ¿Qué ocurre con aquellos que, aun viviendo en sociedades que cuentan
con los suficientes medios, no están alfabetizados digitalmente?
3. Los contenidos en la red: se dice que en la actualidad el ser humano no tiene ya
dificultades de acceso a la información. En ningún otro momento de la historia se ha
tenido tan cerca tanta información. El problema ahora es precisamente el opuesto:
estamos saturados, invadidos de información y es difícil discriminar la buena de la
mala información. ¿Cómo y desde qué instancias separar la información valiosa de la
que no lo es? ¿Será la red de redes el lugar de la verdad y el conocimiento o estará
más bien orientada hacia la manipulación y los intereses políticos y económicos de
unos pocos?
4. La propiedad de la información: la digitalización implica en muchos casos la
desaparición de un soporte físico. El texto ya no descansa sobre el papel y el cine o la
música no necesitan estar “grabados” en un cd o un DVD. Estamos ante uno de los
conflictos que con más frecuencia aparecen en los medios de comunicación: sociedad
digital y derechos de autor. Copyright y copyleft, licencias creative commons como una
utopía de una sociedad en la que el conocimiento se intercambie libremente y los
artistas o autores pongan a disposición de todos sus creaciones. Entre la cultura libre
que propugnan algunos y la cultura de la protección de derechos de otros hay una
tecnología, la red, que siempre encuentra la manera de burlar leyes y normas, por lo
que parece inaplazable una profunda revisión de los derechos de autor y de la llamada
“industria cultural” en las sociedades occidentales. Transformación en la que quizás los
criterios éticos deberían predominar sobre otros intereses.
5. Gobierno y reglas en la red: existe un fuerte debate sobre si Internet ha de estar
regulado por una serie de leyes y normas o no. Algunos defienden un gobierno
consensuado de la red, mientras que otros apuestan por que sea lo más parecido
posible a la libertad más absoluta. De un lado aparece el peligro de la censura o del
intento de monopolizar una tecnología que permite unas cuotas de participación e
intercambio de la información inimaginable hasta ahora. Por otro lado, la existencia de
delitos informáticos y del provecho que le sacan algunos a la impunidad de la red lleva
a otros a reivindicar una serie de normas de obligado cumplimiento.
6. Protección de datos: la privacidad y en algunos casos la intimidad de los ciudadanos
pueden verse amenazadas por ciertos servicios de Internet. Todos ellos piden al
usuario datos imprescindibles o fotografías y algunos rastrean sus gustos e intereses
esenciales. Se crean grandes bases de datos que, sin el conocimiento de los
registrados, son vendidas a grandes empresas para la difusión de propaganda a través
del correo o del teléfono móvil. Cómo equilibrar la utilización de servicios gratuitos y el
crecimiento de la red con la protección de la vida privada es uno de los grandes
desafíos aún pendientes.
7. La sociedad del conocimiento: en definitiva, la gran pregunta es cómo construir entre
todos la llamada sociedad del conocimiento. Esta expresión no es sólo una especie de
metáfora o licencia lingüística: tenemos la oportunidad de poner nuestro
conocimiento en común con otros, de aprender también del que los demás
comparten, y la trascendencia de estos pequeños gestos para la sociedad puede ser enorme. La sociedad del conocimiento es tarea de todos: desde los ciudadanos hasta
los gobiernos o grandes instituciones como la ONU, todos deben implicarse en su
construcción.
Los valores en la red: algunos debates vivos
Los problemas relacionados con la ética de la información se concretan en muchas iniciativas
que nos pueden resultar más o menos cercanas y que esconden tras de sí una serie de valores
de contenidos moral e incluso político. Los interrogantes cambian tan rápido como la propia
red, pero hay ciertos temas que se vienen repitiendo en los últimos años y sobre los que
conviene reflexionar, poniendo en relación las TIC’s con la ética:
1. Wikipedia: la enciclopedia está construida no sólo sobre un software (Wikimedia,
software libre y gratuito) sino fundamentalmente sobre una serie de valores y
principios. El primero de ellos es compartir el conocimiento de manera altruista: nadie
firma sus textos en Wikipedia. El segundo: todos han de estar dispuestos a que su
aportación sea corregida por una tercera persona. En este sentido, Wikipedia es un
entorno que posibilita compartir el conocimiento poniendo en práctica valores como
la solidaridad. Sus detractores, por otro lado, afirman que la información de esta
enciclopedia virtual no es fiable, y que incluye muchos errores de bulto que pueden
conducir a los usuarios al error.
2. Software libre-software propietario: el software libre es aquel en el que el código del
programa es abierto, permitiendo al usuario modificar, copiar y distribuir el producto
que ha adquirido. Esta concepción del software está en las antípodas del llamado
software propietario en el que el usuario adquiere un producto con diversas
limitaciones respeto a su modificación y distribución. No es sólo una diferencia en
cuanto al precio (hay muchos programas y sistemas operativos de software libre que
son gratuitos): la clave está en lo que el usuario puede hacer con lo que compra,
descarga o instala. El software libre implica una concepción abierta del conocimiento:
éste debe ponerse en común y ser abierto para todos, sin destinarse únicamente a
quien se pueda permitir pagar una licencia. En esta linea hay sistemas operativos
(Linux), gestores de contenidos en web (Drupal y Wordpress) o incluso aulas virtuales
(Moodle), además de programas para una infinidad de tareas. Lo importante no es el
código, sino el conocimiento sobre el mismo: los creadores de software abren
plataformas y programas para que quien lo desee pueda aprovechar sus
conocimientos y adaptarlos a sus necesidades personales y es aquí donde podrá
generar negocio o ganancia económica. Las comunidades que crean este software se
enfrentan a grandes empresas corporativas. Una vez más nos encontramos ante la
oposición entre dos modelos de producción: uno basado en la propiedad del producto
que se vende (aunque en realidad, el comprador de software no es dueño del mismo
en un sentido completo de la palabra) y otro construido a partir de la colaboración y el
trabajo común y altruista. Valores distintos que conviven en la red de redes.
3. Derechos de autor, copyright y copyleft. Hasta la aparición de Internet, los productos
culturales dependían de su soporte físico para su difusión. Esto garantizaba un respeto
muy amplio de los derechos de autor y se mantenía la concepción de que quien creaba
contenidos era dueño de los mismos y debía cobrar por ellos. Con la red, surgen
diversos sistemas de compartir archivos (programas P2P, torrents, servicios de
descarga directa), y se crean nuevas formas de publicación de contenidos: textos,
imágenes, música , videos... todo puede ser fácilmente difundido a través de Internet,
y algunos creadores de contenidos publican parte de su obra (o incluso la totalidad) en
la red, tratando de facilitar el acceso a la misma. La cultura del copyright va dejando
paso al copyleft, que se expresa en las licencias creative-commons: en sus diversos
matices, este tipo de licencias ponen a disposición de todos los contenidos creados,
estableciendo tan sólo alguna condición (citar el original, modificar sin ánimo de lucro,
compartir con las mismas condiciones, etc). Nos encontramos ante un cambio
tecnológico y económico que obliga a reinventar la industria cultural, pero también
ante ciudadanos que están dispuestos a compartir el trabajo y los contenidos,
acabando con el monopolio de la información que durante siglos se ha venido
ejerciendo a todos los niveles: editoriales, prensa, radio, televisión... La red implica
procesos democratizadores que crean estructuras éticas, en las que los individuos
ponen en común sus propias ideas al margen de empresas que puedan controlarlas. A
la vez, surge el debate sobre la calidad de estos contenidos: ¿De verdad pueden todos los ciudadanos ejercer de periodistas, literatos, poetas, músicos o creadores
culturales? ¿Implicaba la industria cultural una tarea de criba y selección?
4. Valor de los contenidos: tratando de recoger todos los aspectos comentados hasta
ahora, cabría decir que Internet puede ser también una red ética si estamos dispuestos
a colaborar con los demás en la construcción del conocimiento, poniendo nuestras
propias creaciones, sean del tipo que sean, en común con los demás. Desde el momento en que encendemos el ordenador y accedemos a la red, no estamos ni
mucho menos solos en un terreno en el que impere la total ausencia de normas: muy
al contrario, existen grandes comunidades de usuarios que tratan de fomentar una red
solidaria y abierta, que ponga el conocimiento al alcance de todos al mínimo coste
posible. Este tipo de movimientos ponen de relieve que tecnologías como la del
ordenador y la red pueden servir también para fines morales, representando
auténticas oportunidades de formación y aprendizaje, que sin duda son condiciones
indispensables para la formación del individuo y el respeto a la dignidad de cada
persona. Estos conceptos morales no son ajenos a las TIC's, sino que están
profundamente ligadas a los hilos que tejen la red.
La ética del hacker
Para terminar con este apartado de la ética de la información y como colofón a todas las ideas
que hemos ido presentado conviene hacer una breve referencia a la ética del hacker. Esta
expresión nació en un ensayo publicado en 1984 por el periodista Steven Levy, para el que los
hackers son modelos morales dado que pretenden mejorar la vida de los demás facilitándoles
el acceso a la información. De nuevo, esta ética de la solidaridad y la colaboración, en la que
compartir el conocimiento es uno de los principios esenciales. Estas ideas se fortalecen en La
ética del hacker y el espíritu de la era de la información, obra en la que el finés Pekka Himanen
reivindica la figura del hacker. En contra de la concepción común, el hacker no es el pirata
informático que se dedica a romper sistemas de seguridad, entrar en páginas web o descifrar
contraseñas, tareas que son más propias de los crackers. El propio título de Himanen establece
ya una distancia crítica respecto a la obra de Max Weber (La ética protestante y el espíritu del
capitalismo). Si para Weber el trabajo persigue el dinero como signo de la predilección divina y
la salvación, Himanen indica que el hacker no trabaja por dinero, sino por la pasión y la
creatividad que es capaz de desplegar en su trabajo. Disfruta con los diferentes desafíos que
ha de resolver, poniendo su conocimiento en común con toda la comunidad, aspecto que
Himanen compara con la academia de Platón, en la que los alumnos podían enseñarse entre sí.
Defiende que el conocimiento se distribuya libremente por la red y que los hackers puedan
resolver uno de los mayores desafíos que es el de la privacidad frente a la huella digital, que
permite a las grandes empresas tener un perfil muy ajustado de los usuarios de la red. Así, la
ética del hacker aboga por una red abierta y libre, que respete además la privacidad y la
intimidad.
6. Ética de la economía y de los negocios
Para terminar la presentación de la ética aplicada nos detendremos brevemente en la ética de
relacionada con la actividad económica. Habitualmente tendemos a pensar que la economía y
los negocios no guardan relación alguna con la ética: damos por hecho que se trata de dos
mundos completamente distintos, sin ningún área común o puntos de contacto. Sin embargo,
esto no es así y hay diversos motivos que nos obligan a pensar en conjunto ambas disciplinas:
1. Si nos fijamos en el acto más elemental de la economía, como es cualquier compra, se
produce una interacción entre dos o más personas. Está relación está basada en la
confianza mutua: si comprador y vendedor no confían en la palabra del otro, el
comercio sería imposible. Comprar cualquier objeto implica la puesta en práctica de
valores morales, como la justicia, la honestidad, la confianza en la otra persona y la
igualdad. En otras palabras: no es posible una economía sin moral, sin un conjunto de
normas y valores que se respetan dentro de una comunidad dada. De no ser así, las
consecuencias son nefastas para la sociedad, experiencia que por desgracia se da en la
realidad con mayor frecuencia de la que sería deseable.
2. Si tenemos esto en cuenta, no es de extrañar que los dos grandes modelos
económicos de nuestra historia reciente, capitalismo y comunismo, estén
directamente ligados a dos valores morales: la libertad en el caso del capitalismo y la
igualdad en el caso del comunismo. Ambos guardan relación con lo que podríamos
considerar vida humana en condiciones dignas, por lo que los sistemas económicos
son también promotores de valores, puesto que al implementar unas u otras medidas
favorecen una forma de vida determinada. Algo que vivimos quizás de un modo
traumático al ver también su lado perverso: las grandes bolsas de pobreza o la
persecución de la libertad son el negativo de ambos sistemas.
3. Desde un punto de vista más teórico, las conexiones entre moral y economía son
innegables. Adam Smith ha pasado a la historia como uno de los teóricos del
capitalismo y sin embargo incluye en sus obras reflexiones de tipo moral, que
muestran su preocupación por el desarrollo del ser humano fijando en los
sentimientos el origen del comportamiento moral (Teoría de los sentimientos morales).
Lo mismo cabría decir de los filósofos utilitaristas: sus ideas son criticadas por
acercarnos al egoísmo, pero muchos de ellos defendían el altruismo y promovieron
movimientos de transformación social en su tiempo. El mismo hecho de que a menudo
el capitalismo, como sistema económico, sea objeto de críticas de tipo moral nos
sugiere que economía y moral no pueden separarse. Algo similar cabría decir del
comunismo: en su origen, la crítica marxista al capitalismo esconde una defensa de la
dignidad del ser humano. A su vez, ha de hacer frente a su propia crítica, ya que las
sociedades que han adoptado el comunismo también son moralmente cuestionables.
Uno de los autores que más ha incidido en la dimensión moral de la economía es Amartya Sen,
premio nobel de economía en el año 1998. Una de sus aportaciones profundiza en la
asociación de economía y moral: tal y como demuestran sus estudios, valores que con
frecuencia se circunscriben única y exclusivamente al terreno moral requieren también de ciertas condiciones económicas. Hablamos por ejemplo de libertad dando por hecho que es
una facultad humana, pero dejando de lado que la realización de esta libertad, especialmente
en su sentido positivo, es imposible sin unos recursos económicos mínimos. En consecuencia,
Sen aboga por un desarrollo en el que la economía sirva de motor para la moral, promoviendo
sistemas en los que la libertad no sea sólo una palabra vacía de significado, sino una
posibilidad real, fundamentada en condiciones económicas sólidas.
A partir de la conexión que acabamos de presentar entre economía y moral, no es difícil dar el
salto al mundo de la empresa y los negocios: en contra de lo que se pueda pensar, la ética
puede aportar valor también en este terreno, dominado por la mayor ganancia posible. La gran
lección de la ética aplicada al mundo de la empresa y los negocios es precisamente que una
ganancia desmedida u obtenida de manera éticamente cuestionable puede representar un
lastre a largo plazo, tanto para la persona que se ha visto beneficiada como para la sociedad en
su conjunto. Más aún: las empresas están interesadas en certificar que su manera de trabajar
es éticamente aceptable y que cumple con los requisitos más elementales en cuestiones como
las condiciones laborales, la calidad del producto, el compromiso medioambiental de la
empresa, la línea de producción, etc. Así cada empresa tiene un carácter propio (su ethos),
unos valores, y en esto consiste la ética: toda empresa proyecta sobre la sociedad una manera
de entender la vida y al ser humano y aquellas que fomentan y respetan valores morales
tienen más garantías y seguridad a largo plazo que las que no lo hacen. Para promover y
difundir estas ideas, se han llegado a crear agencias de calificación ética, que revisan este
“carácter” (ethos) de la empresa, así como otras instituciones que pretenden extender estas
ideas de la ética empresarial. En España, destaca especialmente la fundación Étnor creada por
Adela Cortina en 1991, que junto a otras empresas certificadoras tratan de crear una cultura
ética de la empresa.
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Sobre el siguiente vídeo "Guía bioética de asignación de recursos":
1. Infórmate sobre qué es comorbilidad y equipo de triaje
2. ¿Qué ocurre si ante una apelación, en la decisión del comité de bioética hay empate?, ¿qué opinas de esto?
3. ¿Qué es el principio de salvar vidas por completarse?
4. ¿Creéis que hay discriminación sobre las personas mayores?
5. Al quitar un respirador a un enfermo para ponérselo a otro con más posibilidades de sobrevivir, ¿crees que se están respetando los cuatro principios de la bioética? ¿qué pensarías si se lo quitaran a un familiar tuyo? (os lo dije, estas cosas no son fáciles, pero han pasado)
6. Reflexiona sobre cuál crees tú que sería la decisión acertada ante falta de material como respiradores.
7. ¿Vais a organizar una hoguera para quemarme en La corredera por poneros tantas preguntas y decir que sois feos? Os advierto que no sería una buena decisión bioética.
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