jueves, 28 de octubre de 2021

LA FILOSOFÍA PLATÓNICA





«El mensaje de Platón, pues, es este: “convertirse” consiste en volverse desde las puras apariencias a la Verdad. O bien, desligarse de aquellas cosas que encadenan a la dimensión sensible y girarse hacia lo suprasensible. Dicho de otra forma, “convertirse” no es otra cosa que saberse separar de la multiplicidad desordenada de las cosas en las que yerran quienes no son filósofos para mirar a la Verdad. 

»He aquí la propuesta, entonces, que proviene de boca de Platón al hombre de hoy:“conviértete” sideseas ver la Verdad; sepárate de todas aquellas cosas que dispersan en la dimensión del hic [aquí] y del nunc [ahora] y trata de girarte para observar el Bien, si deseas generar orden y justa medida en todo el desorden que existe dentro y fuera de ti.»

(Giovanni Reale, La sabiduría antigua. Tratamiento para los males del hombre contemporáneo, Herder, Barcelona, 1995, pág. 244)


ÍNDICE:

1. Marco histórico y filosófico

2. Teoría de las ideas: dualismo ontológico

3. El Hombre: dualismo antropológico

4. El conocimiento: dualismo gnoseológico

5. Ética y Política


1. Marco histórico y filosófico

La vida y el pensamiento de Platón se desenvolvieron principalmente en Atenas, entre los siglos V y IV a.C. en el siglo V a.C., Atenas se había convertido en la polis más influyente de toda Grecia tras haber guiado al resto de las polis griegas hacia la victoria sobre los persas en las guerras Médicas (492-479 a.C.).

Más adelante, Atenas alcanzó su máxima grandeza durante el mandato de Pericles, quien fue elegido estratego (comandante en jefe) durante casi veinte años consecutivos. Este, según el historiador ateniense Tucídides, fue un gobernante insobornable que contaba con los ciudadanos y se preocupaba de educarlos en las leyes de la ciudad y en la libertad.

Pericles inició la llamada guerra del Peloponeso, que enfrentó a Atenas y sus ciudades aliadas contra Esparta y sus partidarios durante más de treinta años, entre 431 y 404 a.C. Sin embargo, el líder ateniense murió en el segundo año de las hostilidades y sus sucesores cometieron errores que facilitaron la victoria de los espartanos

Tras la rendición de Atenas se sustituyó el sistema democrático por la tiranía. Sin embargo, la tiranía fue reemplazada al poco tiempo por una democracia moderada, durante la cual Sócrates fue juzgado y condenado a muerte.

No es extraño que estos acontecimientos influyeran en las opiniones negativas de Platón sobre las formas de gobierno que se habían ido sucediendo en Atenas, ni que secundase a Sócrates en su llamamiento por la renovación de la polis. Como las circunstancias históricas hacían muy difícil cambiar la realidad política de su ciudad, se propuso proyectar un sistema político ideal, un Estado justo.

Se dice que Platón llegó a admirar la organización política de Esparta, que la había conducido a la estabilidad política y al éxito en la guerra. En Esparta reinaba una gran disciplina y una clara  estratificación de sus habitantes, lo cual pudo inspirarle la idea de la división de ciudadanos en clasesque no deben mezclarse en el Estado ideal.

Las condiciones sociales y políticas de la Grecia del momento afectaron al rumbo que tomó el saber filosófico. En un sistema democrático como en el que nació Platón, los ciudadanos podían participar en la vida pública no solo en función de los lazos de la sangre, como había sucedido en épocas anteriores, sino por los méritos de quien había sabido mejorar su posición social y económica.

La consolidación de la democracia con las reformas de Pericles hizo que la filosofía desplazara su centro de interés, desde la naturaleza o physis, hacia el hombre en su dimensión política y social. Platón no fue ajeno a esta situación y, por lo tanto, otorgó mucha importancia a la educación de los ciudadanos, dirigida principalmente a las clases destinadas a gobernar la ciudad.

La democracia ateniense era muy diferente de las democracias actuales, porque solo los varones libres, hijos de padre y madre atenienses, y que estaban al día en el pago de los impuestos eran ciudadanos, es decir, sujetos de derechos «cívicos». La mayoría de los habitantes de Atenas eran metekos («extranjeros») –que no podían participar en la vida política o esclavos –que carecían de derechos–.


Sin embargo, hay que insistir en que el pensamiento ateniense había entrado en una etapa de humanismo, iniciada por los sofistas y Sócrates, en que la mirada se dirigía hacia los problemas de los hombres en su vida social y política.

En relación con los sofistas, a Platón le pareció un error que enseñasen a los jóvenes de Atenas que las leyes de la ciudad eran convencionales, y que lo bueno y lo justo eran relativos. Los hizo responsables, por ello, de que los gobernantes careciesen de principios morales y se hiciesen excesivamente ambiciosos, lo que desembocaría en el debilitamiento de Atenas y su completa derrota en la guerra del Peloponeso. 

Consideró que los sofistas eran sabios en apariencia, al contrario que los verdaderos filósofos, que son amantes de la verdad, y los criticó duramente por cobrar elevadas sumas de dinero.

Platón combatió su relativismo con la teoría de las ideas, porque estas –como se desarrollará más adelante– serían algo objetivo y universal, que puede alcanzarse mediante el esfuerzo por ir más allá del mundo sensible; el verdadero bien no es relativo, porque existe una idea suprema del Bien en sí, que nunca puede cambiar.

Frente a los sofistas, la gran figura intelectual de esta etapa fue Sócrates. Tenía tanta habilidad como los sofistas en el arte de dialogar y convencer, pero, a diferencia de ellos, buscaba alcanzar definiciones de conceptos verdaderos, con carácter universal y objetivo, no sometidos a la variable opinión de los  hombres. Platón lo siguió en su empeño por superar el relativismo y alcanzar verdades válidas para todos, que orientaran a los seres humanos hacia una vida virtuosa.

Cabe destacar, por último, que Platón contribuyó activamente en el contexto filosófico de su época con la fundación en Atenas de la Academia, tras la vuelta de su primer viaje a Sicilia, en 387 a.C. Fue algo así como la primera «universidad» de la historia, donde principalmente pretendía educar a futuros gobernantes por medio de la enseñanza, sobre todo, de la filosofía y las matemáticas. Su principal discípulo en la Academia sería Aristóteles.



2. TEORÍA DE LAS IDEAS. DUALISMO ONTOLÓGICO.


Platón heredó de los filósofos que lo precedieron dos cuestiones de suma importancia, a las que trató de dar una nueva respuesta:

1. Los presocráticos habían intentado desvelar la constitución de lo real, pero los principios que habían considerado –el arjé– no trascendían lo material, sensible y cambiante. Heráclito había llegado a afirmar que la realidad era puro devenir. Solamente Parménides había abandonado el camino de los sentidos y había sostenido que la razón muestra que, más allá de las apariencias sensibles, no hay más que un ser único e inmutable.

2. Los sofistas habían sostenido que el bien y el mal no pueden conocerse con certeza, por lo que concluían que las leyes de la ciudad eran relativas y cambiantes y que dependían en todo de la voluntad del hombre.


Para Sócrates, esta mentalidad estaba en el origen de la decadencia ateniense y de sus valores morales y políticos.

La reflexión sobre los interrogantes derivados de estos problemas condujo a Platón a desarrollar la teoría de las ideas, que fue central en su pensamiento y que le permitió explicar una extensa gama de temas filosóficos sobre la realidad, el ser humano, el conocimiento, la ética o la política.

La doctrina de las ideas implica que no hay una sola realidad, sino dos mundos o ámbitos distintos. Por ello ha podido ser calificada de dualismo ontológico.

• Hay un universo que podemos experimentar mediante los sentidos: a él pertenece todo aquello que vemos, oímos, tocamos, etc. Se trata del mundo sensible, compuesto de cosas materiales, cambiante y que da lugar a un conocimiento de opinión, por lo que se puede denominar mundo dóxico (del griego doxa, que significa «opinión»). En este mundo sensible quedarían integrados la pluralidad y el cambio defendidos por Heráclito.


• Además de este ámbito, para Platón existe otro tipo de realidad, un mundo suprasensible, que va más allá de lo que perciben nuestros sentidos.

Este otro mundo está constituido por ideas, esto es, realidades inmateriales e inmutables, que solo se pueden conocer mediante la razón y que posibilitan un saber universal y permanente, al contrario que el conocimiento sensible, que es particular y cambiante.


Platón considera que hay una realidad intermedia entre el mundo sensible y el inteligible, el Demiurgo, un ser bueno e inteligente, artífice del mundo físico donde nos encontramos. El Demiurgo confeccionó el mundo que nos rodea, pero no lo creó de la nada, ya que la noción judeo-cristiana de creación es ajena a la mentalidad griega de la época, que suponía la eternidad de la materia.


3. EL HOMBRE: DUALISMO ANTROPOLÓGICO.

Platón describe al hombre como un ser compuesto: un alma y un cuerpo unidos temporal y accidentalmente. El alma es la parte más alta y digna del ser humano, porque es semejante a las ideas; el cuerpo, por el contrario, es imperfecto y supone un obstáculo para el alma en su anhelo de alcanzar la contemplación de la verdad y el bien. Siguiendo la opinión de los pitagóricos, Platón consideró que el cuerpo es como una «cárcel» para el alma, de la que desea salir para vivir junto a las ideas.

¿Y cómo ha llegado el hombre a tener que vivir en un cuerpo? Sería debido a que el alma humana no posee una completa unidad, por lo que sus elementos no actúan en total armonía. Para intentar aclarar este razonamiento,

Platón expuso en el Fedro el mito del carro alado. Según este, el alma es como un carro tirado por dos caballos; uno es bueno y representa las inclinaciones o impulsos nobles, mientras que el otro simboliza los apetitos y deseos; el auriga o conductor es la razón, que debe dirigir a

ambos. Todo va bien mientras la razón gobierna al hombre. Pero cuando el deseo de placeres se desboca, la razón pierde el control, se quiebra la unidad del alma, y esta queda sujeta al mundo sensible. 

A través de la imagen del carro alado, Platón muestra que el alma consta de tres partes:

1. La racional, representada por el conductor del carro, que debe gobernar a todo el hombre, y conducirlo al conocimiento de las ideas.

2. La irascible, simbolizada por el caballo bueno, en la cual se encuentran los impulsos nobles, como la valentía.

3. La concupiscible o apetitiva, por la cual el hombre busca y desea el placer  sensible, y es arrastrado hacia lo material.


En el Timeo, Platón situó cada una de estas tres partes en la cabeza, en el pecho y en el vientre, respectivamente. 


Otra cuestión importante es saber qué le sucede al alma cuando se separa del cuerpo tras la muerte. De acuerdo con los pitagóricos, Platón sustentó que el alma es inmortal, pero, a diferencia de ellos, trató de razonarlo. Platón alegó, entre otros argumentos, que solo es posible que el alma posea la capacidad de conocer las ideas inmutables y eternas –y ciertamente puede, según mostró al tratar sobre el conocimiento humano–, si tiene una naturaleza semejante a ellas y, por lo tanto, si pertenece a su «esencia» perdurar aún cuando el cuerpo desaparezca. 

¿Y cuál es la meta del alma tras la muerte? El destino del alma consiste en alcanzar y contemplar nuevamente el mundo de las ideas. Sin embargo, para ello ha de liberarse plenamente de los impulsos que la atan al mundo sensible; en caso contrario, regresará una y otra vez a este, reencarnándose en otro cuerpo humano, o animal si su vida ha sido más propia de un irracional.

Solo podrá lograr su objetivo cuando esté enteramente purificada de lo terreno mediante una vida virtuosa.


4. EL CONOCIMIENTO: DUALISMO GNOSEOLÓGICO

Platón relató su famoso mito de la caverna en el libro VII de la La República, con el fin de ilustrar tanto su teoría del conocimiento como el resto de sus doctrinas filosóficas. Esta alegoría nos hace imaginar la existencia de unos prisioneros que llevan toda la vida encadenados en el interior de una caverna, de tal manera que solo pueden mirar hacia el fondo y observar unas sombras proyectadas en la pared, pero no pueden ver las cosas reales a las que pertenecen esas sombras. El problema de estos prisioneros es que no son conscientes de que son prisioneros ni de que lo que conocen no es la realidad. Solo con la ayuda de alguien podrían darse cuenta de lo limitada que es su visión y del engaño en el que viven, y ser así capaces de contemplar los objetos reales –que representan a las ideas– y salir de la cueva, donde brilla el Sol –que simboliza la idea del Bien–.

La salida de la caverna no es tarea fácil, sino que requiere sacrificio y esfuerzo. Así, cuando un prisionero es liberado y forzado a levantarse y a mirar a la luz, en un primer momento, no es capaz de ver nada, ni los objetos reales ni las sombras que antes percibía. Solo al cabo de un tiempo, los ojos se van acostumbrando a la claridad y, poco a poco, descubre que los objetos que ahora se le presentan son mucho más perfectos que sus sombras.

¿Y qué ocurriría si volviese a la caverna, al sitio que ocupaba antes?

Al principio, le costaría enormemente acostumbrar sus ojos a la oscuridad y apenas distinguiría nada. Más tarde, seguramente intentaría convencer a sus compañeros de que lo que han visto desde siempre no es real, sino sombras de la verdadera realidad. Ellos, sin embargo, considerarían que la ascensión lo ha trastornado. «Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz –escribe Platón en La República, en alusión al proceso y muerte de Sócrates–, ¿no lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?»

El mito sugiere, entre otras ideas, que el hombre no puede conformarse con lo que percibe por los sentidos, sino que ha de traspasar la frontera de lo sensible y contemplar las ideas, que constituyen lo perfecto y pleno.


5. ÉTICA Y POLÍTICA

Platón otorgó mucha importancia a la ética, sobre todo porque vivió una época de crisis y decadencia de la cual, como es sabido, culpó al enfoque relativista con que los sofistas abordaron el análisis del bien y de la virtud.

Su maestro Sócrates, por el contrario, había transmitido la necesidad de indagar sobre la verdadera virtud y el verdadero bien.

Solo hay un camino para alcanzar la visión de las ideas: el cultivo de la sabiduría y de la virtud, que en el fondo, para Platón, se identifican.

La virtud no es una simple habilidad técnica, como proponían los sofistas, sino algo propio del alma, que le proporciona armonía y salud, porque permite que su parte racional regule las otras partes, es decir, los impulsos y deseos. 

Los cuatro tipos de virtudes que Platón expuso en el libro IV de La República son:

• La sabiduría o prudencia (sofía) es una virtud que radica en la parte racional del alma y proporciona a las otras partes el conocimiento de lo que es conveniente para ellas y para el conjunto del alma. Su misión es dirigir bien tanto a los miembros del alma como a los de la comunidad. Sabio es, por lo tanto, quien dirige sus acciones de acuerdo con la ciencia y no con la opinión.

• La valentía o fortaleza (andreía), por su parte, se asienta en el alma irascible y regula los impulsos y pasiones nobles. Con ella las pasiones se someten a la razón para distinguir lo que se debe de lo que no se debe temer. Por consiguiente, es valiente quien se esfuerza por hacer el bien, pero no lo es quien se esfuerza por apartarse de él.

• La moderación o templanza (sofrosíne) es la virtud propia del alma concupiscible y modera los deseos, para que el hombre haga uso de los placeres sensibles con medida y equilibrio. Actúa moderadamente quien guía sus apetitos y deseos según el dictado de la razón.

• La justicia (díke) consiste «en hacer lo que corresponde a cada uno de modo adecuado» y en «que cada uno no se apodere de lo ajeno ni sea privado de lo propio». En el caso del hombre individual, esta virtud lo capacita para que cada parte del alma realice la función que le corresponde, de manera que las partes inferiores se subordinen y sean gobernadas por la superior. En su dimensión social, una polis es justa cuando todos los ciudadanos desempeñan satisfactoriamente sus funciones dentro del conjunto y cumplen con su deber.


Teniendo en cuenta los problemas políticos de su tiempo, Platón no aceptó ningún sistema político concreto, sino que se planteó buscar la organización social ideal, perfecta, modelo para todas las polis, que aproximara a los hombres al bien y a la justicia. El hombre es a la vez individuo y ciudadano de la polis, de manera que si la polis es buena y justa, los individuos que la componen también lo serán, y viceversa.

En La República se afirma que la polis ideal debe estar compuesta de tres clases o grupos de ciudadanos, de manera semejante a como el alma está formada por tres partes diferentes. El Estado será bueno y justo en la medida en que cada una de esas clases se ocupe eficazmente de su cometido, sin que unas interfieran en otras. 

El grupo más reducido, pero más importante, estará constituido por los filósofos, dedicados al gobierno de la polis. El adecuado desarrollo de su cometido exige que sean educados en la virtud de la sabiduría o prudencia, que es la propia del alma racional. Ellos estarán en condiciones de conocer el bien en sí, la justicia en sí, la prudencia en sí, por lo que podrán tomar decisiones buenas, justas y prudentes, pensando en el bien de la ciudad y olvidándose de sus intereses particulares y egoístas.

Junto a ellos, los guardianes, más numerosos, deberán velar por la paz social interna y externa, cultivando especialmente la virtud de la valentía o fortaleza, propia del alma irascible.

Por último, existirá la clase de los productores, la más numerosa, constituida por campesinos, artesanos y comerciantes, quienes han de trabajar para todos y no solo para sí mismos, ya que el resto de ciudadanos (gobernantes y guardianes) tienen que dedicarse a otras tareas. Su virtud propia es la moderación o templanza, que regula los deseos del alma concupiscible, ya que han de usar los bienes que producen con medida porque han de pensar en la comunidad en su conjunto.

No puede olvidarse que Platón propone un modelo ideal de Estado y, por lo tanto, en gran medida utópico o irrealizable. Él mismo intentó varias veces llevarlo a la práctica sin éxito alguno.


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