Filosofía y ciencia
Frente a una opinión a menudo habitual, la filosofía y la ciencia tienen mucho que ver entre sí. El parentesco histórico es innegable: la separación entre ciencia y filosofía es relativamente reciente. Sólo a partir de finales del siglo XVIII se irán distanciando ambas disciplinas. El título de la gran obra de Newton es suficientemente revelador: Principios matemáticos de filosofía natural (1687). Lo que el gran físico inglés trataba de investigar era, por tanto, la posible matematización de los grandes problemas de la naturaleza, como por ejemplo el movimiento.
Decir que las ciencias son hijas de la filosofía es algo más que una simple metáfora: describe en muchos casos el progresivo desarrollo de una disciplina que se especializa de un modo particular y específico en cuestiones que antes eran cercanas a los filósofos. Los orígenes de ciencias tan dispares como la física, la biología o la medicina están indisolublemente unidos a la filosofía.
Diferencias entre ciencia y filosofía
Sin embargo, el parentesco histórico no debe llevarnos a confusión: el conocimiento científico y el filosófico son muy diferentes.
Para empezar, por el método empleado en cada una de ellas. De un modo general puede decirse que las ciencias naturales emplean el método hipotético deductivo en el que la experimentación desempeña una función esencial pues sirve precisamente para contrastar las hipótesis o respuestas provisionales con los datos de la realidad.
En filosofía, por el contrario, no caben experimentos ni se puede aplicar el método hipotético deductivo. No hay un método general para hacer filosofía, de manera que el conocimiento filosófico no puede ser examinado desde variables como la capacidad demostrativa o la confirmación empírica que sí tienen sentido en la ciencia.
Una segunda diferencia es la referente al objeto de ambas. Frente a la globalidad inherente a la filosofía que ya hemos expuesto anteriormente, la ciencia se caracteriza por ser un saber universal de un aspecto particular y concreto de la realidad. La ciencia selecciona su objeto, recorta lo real para quedarse con un aspecto de la misma: la física y el movimiento, la biología y la vida, la química y la composición de lo real… Cada una de ellas parcelan la realidad y profundizan en el conocimiento de ese terreno que consideran propio. Ahí reside la garantía de su progreso, de forma que los problemas, métodos y propuestas evolucionan.
La filosofía, en cambio, aspira al todo y por ello en cierto modo hay preguntas eternas, respuestas universales e incompletas que siguen valiendo e ideas filosóficas que continúan siendo reveladoras. El precio a cambio de ese diálogo vivo con otros autores y épocas es un reproche que suele escucharse a menudo: la filosofía no progresa de la manera que lo hace la ciencia.
En tercer lugar, cabría destacar una tercera divergencia: la utilidad o aplicación inmediata. Si bien puede haber teorías científicas que no parezcan directamente aplicables a la realidad, a menudo se derivan de ellas diversos instrumentos tecnológicos. La tecnología es ciencia aplicada y es el mejor ejemplo que podemos poner de la utilidad de la ciencia. Frente a esto, la filosofía suele criticarse por su inutilidad. El saber que quiere ser más completo (“la ciencia buscada”, en expresión de Aristóteles) resulta ser el más inútil de todos. Con todo, esta crítica debe ser discutida desde una concepción amplia del concepto utilidad: no sólo hay quien piensa que la filosofía puede colaborar a la madurez personal (existen corrientes como la asesoría filosófica) sino que también hay quien destaca su contribución a la formación de un pensamiento crítico y autónomo. ¿Podríamos decir entonces que la filosofía es inútil?
Puntos de contacto entre ciencia y filosofía
Hablar de distancia y tensión entre filosofía y ciencia es quedarse sólo con una cara de la moneda. La filosofía y la ciencia comparten a menudo intereses e inquietudes. Históricamente, ha habido autores que han destacado en ambas disciplinas: Aristóteles y Descartes son sólo dos ejemplos de una larga lista. En Aristóteles encontramos una de las primeras taxonomías de la historia, y no en vano se le considera fundador de la biología. La preocupación cartesiana por el método de conocimiento continúa con una reflexión ya antigua en filosofía que hoy se ha convertido en el problema del método científico.
Como se ve, históricamente los filósofos han contribuido a lo que hoy denominamos conocimiento científico y que ellos entendían como una parte más de la filosofía.
Profundicemos un poco más: grandes científicos se han dedicado a temas filosóficos. Es habitual que el científico preocupado por encontrar un fundamento a sus teorías dé el salto (intencionadamente o no) al campo de la filosofía. Grandes matemáticos como Hilbert o Russell, o físicos de la talla de Einstein se han adentrado en cuestiones filosóficas, como una consecuencia más de su hacer científico.
Estas relaciones dobles (filósofos que se interesan por la ciencia y científicos que se interesan por cuestiones filosóficas) se encuentran en la base de la filosofía de la ciencia, una de las ramas de la filosofía que se encarga de estudiar problemas relativos a la ciencia. Saber cuál es el valor del conocimiento científico, investigar sus límites o examinar sus metodologías son tareas indispensables para situarse en un mundo como el nuestro, en el que la ciencia y la tecnología han logrado un protagonismo innegable. Por eso cabría decir como conclusión provisional que ciencia y filosofía han de mantener diálogos fluidos, aceptando que en ocasiones sus puntos de vista puedan parecer opuestos o irreconciliables.
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