Conocimiento humano: verdad y realidad
¿Qué son las cosas? ¿Cómo las conocemos? ¿Cuáles son sus posibilidades ocultas? ¿Qué nos evocan? El juego entre la apariencia y la realidad y la búsqueda de nuevos significados marcan la vida. Las preguntas que nos sugieren estas imágenes se han planteado también en filosofía y en este tema veremos algunas de ellas.
Índice:
1. Introducción
2. Creencia y certeza: dos modos de conocer
3. ¿Es posible el conocimiento? Escepticismo, empirismo y racionalismo
4. Conocimiento y verdad: tipos de verdad
5. ¿Qué es la realidad? Esencialismo, fenomenismo, pragmatismo
1. Introducción
El conocimiento es, sin duda, uno de los rasgos más importantes del ser humano: ha supuesto la diferencia específica que nos ha permitido la supervivencia.
El homo sapiens sapiens ha construido a partir del conocimiento toda una manera de vivir: somos el animal que sabe. Si lo enfocamos desde el punto de vista individual, se podría decir que aprendemos desde el nacimiento hasta el final de nuestra vida. El conocer vertebra y recorre nuestra existencia, hasta el punto de que se podría decir que somos lo que conocemos, ya que esto rige nuestra manera de vivir, pensar y decidir.
Y lo hacemos con una ventaja muy especial: el conocimiento humano nunca parte de cero, sino que es acumulativo, se va transmitiendo de generación en generación. Como occidentales que somos, la ciencia ha ejercido una influencia decisiva en el desarrollo de nuestra civilización. Desde los griegos hasta nuestros días hay más de veinte siglos de historia del conocer humano, que desembocan, no por casualidad, en lo que ha dado en llamarse sociedad del conocimiento, quizás de una forma irónica: podría ocurrir que la inmensa cantidad de información que recibimos de diversas fuentes sirva tan sólo para crear más confusión y dejarnos inermes ante el poder. Porque el conocimiento humano no es nunca una mera especulación teórica. Hace ya varios siglos que hemos tomado conciencia de un viejo lema de Francis Bacon: saber es poder.
2. Creencia y certeza: dos modos de conocer
Una primera distinción, imprescindible para acercarnos a nuestra capacidad de conocimiento, es la que separa la creencia de la certeza.
Por creencia entendemos aquel tipo de conocimiento limitado e imperfecto, en el que no contamos con un grado de seguridad absoluto.
Por su parte, la certeza sería aquel modo de conocimiento del que podemos estar completamente seguros, ya que tenemos razones que respaldan la imposibilidad de poner en duda ese conocimiento.
Prácticamente todas las teorías del conocimiento que han planteado los filósofos se podrían caracterizar de un modo muy general en función de ambos conceptos: desde quienes niegan la existencia de la certeza (escepticismo y subjetivismo) hasta quienes
afirman que podemos alcanzarla en un amplio campo del saber (racionalismo y positivismo).
Esta sencilla distinción nos puede servir para comprender pares conceptuales que han impregnado la historia de las ideas. Sin que tengan un significado idéntico, se podría decir que el juego de conceptos creencia-certeza nos puede servir para profundizar en otros, como pueden ser los siguientes:
1. Mito/Lógos: el mito es una narración fantástica e imaginativa que pretende ofrecer una explicación de algún aspecto determinado de la realidad. En los albores de la civilización griega, el mito fue la forma predominante de pensamiento: el mundo se comprendía a través de los mitos que se transmitían de generación en generación a través de la cultura de la oralidad. Sin embargo, hacia el siglo VII a. C. aparece una nueva forma de explicar los fenómenos: el logos (razón), que busca las causas de la realidad.
De esta actitud indagadora y lógica derivarán la filosofía y el pensamiento científico. Así, el mito se podría asociar al dominio de la creencia, mientras que el lógos aspira al saber, por lo que guardaría una mayor relación con la búsqueda de la certeza.
2. Razón/fe: durante la Edad Media, se plantea un profundo debate alrededor de las relaciones entre razón y fe, que se traducirá en otros pares conceptuales como Filosofía/Teología o Estado/Iglesia.
La cuestión de fondo es qué facultad del ser humano es más importante para alcanzar la verdad.
Por un lado los partidarios de la razón (llamados dialécticos) abogarán por la explicación racional de la realidad y negarán valor al conocimiento que no se ajusta a las condiciones que la razón impone.
Los defensores de la fe (antidialécticos) consideran que el conocimiento racional es insuficiente y que no nos permite acceder a verdades esenciales para el ser humano, a las que sólo se puede llegar por medio de la fe.
3. Juicio/Prejuicio: Esta es una oposición que mostrará toda su importancia a partir de la modernidad y especialmente en la Ilustración. Ya Descartes, filósofo racionalista, nos aconseja poner en duda todo nuestro conocimiento, pues podría estar construido sobre bases de dudosa validez.
Continuando con esta reflexión, la filosofía kantiana podría interpretarse como una crítica del prejuicio: su máxima aspiración es precisamente establecer los límites de lo que podemos conocer con seguridad.
Dicho con otras palabras: hasta dónde llega la certeza, el conocimiento seguro. Así, el prejuicio sería la expresión de un conocimiento inicial e imperfecto, formulado antes de profundizar en la realidad. Frente al mismo, el juicio sería el resultado del conocimiento sistemático y bien construido.
Lamentablemente, vienen a decirnos los ilustrados, nuestro conocimiento descansa sobre prejuicios con mucha frecuencia, pero no somos capaces de darnos cuenta de ello, pues los consideramos como indudablemente verdaderos.
En respuesta a la filosofía ilustrada, hay que decir que otras corrientes, como por ejemplo la hermenéutica, reconocen el valor del prejuicio como una condición indispensable del conocimiento, una fase inicial por la que necesariamente hemos de pasar, puesto que no podemos elaborar un juicio si no existe previamente un prejuicio.
Como se puede ver, el ser humano estaría integrado al menos por ambos componentes: la razón y lo simbólico se entremezclan en buena parte de nuestro conocimiento y todos los intentos de separar ambos ámbitos han fracasado una y otra vez. Quizás porque todo conocimiento racional incluya dentro de sí algo simbólico (o incluso mitológico) y a su vez el conocimiento simbólico tenga una parte de racionalidad.
Esto nos sitúa en un contexto problemático, en el que estamos obligados a pensar de un modo complejo y abierto, conscientes de que no podemos dudar de todo el conocimiento humano calificándolo de una mera creencia, pero que tampoco es posible, en el otro extremo, afirmar ciertas verdades privilegiadas con una rotundidad absoluta.
Nos movemos, como en otras tantas cuestiones filosóficas, en la necesidad de matizar y afinar nuestras ideas y concepciones del conocimiento humano. Exactamente lo mismo que ocurre con el siguiente tema que nos va a ocupar: la
posibilidad del conocimiento.
3. ¿Es posible el conocimiento? Escepticismo, empirismo y racionalismo
La pregunta que preside este apartado puede parecer improcedente: ¿Cómo no va a ser posible el conocimiento? No sólo es posible, sino que todos ponemos en práctica todos los días algunos de nuestros conocimientos. No hay forma de desenvolverse en la vida diaria que no implique la asunción, tácita o implícita, de ciertos conocimientos. No obstante, no es menos cierto que muchos de nuestros conocimientos no son tan seguros como pensamos.
Es más: a menudo nos resulta molesto que nos anden preguntando por las razones últimas de lo que decimos (o pensamos) conocer.
Sometidos al interrogador “¿por qué?”, terminamos con frecuencia tomando conciencia de que lo que damos por seguro no lo es. Este tipo de experiencias cotidianas nos pueden servir como punto de partida para la presentación de algunas corrientes importantes en la teoría del conocimiento: escepticismo, racionalismo, empirismo.
" En este mundo traidor, nada es verdad, ni
mentira...,todo es según el color del
cristal con que se mira".
Esta frase tan frecuentemente citada es un buen ejemplo de la idea central del escepticismo. La verdad depende del color con que miramos-
Escepticismo y relativismo
El escepticismo nace en Grecia entre los siglos IV y III a.C. Se trata de una teoría del conocimiento que consiste precisamente en negar la posibilidad de alcanzar la verdad, entendiéndola en un sentido fuerte, como una proposición indudable y universal.
La actitud típicamente escéptica consiste, si nos atenemos a su etimología, en “mirar con cuidado”,
revisar atentamente todo lo que se presenta como una verdad, para poner a prueba si realmente lo es.
Si examinásemos cuidadosamente todo lo que damos por verdadero, ¿cuántas de nuestras verdades resistirían la prueba?
Los autores más representativos del escepticismo clásico son Pirrón y Sexto Empírico.
A lo largo de la historia, los autores escépticos han sido denostados por sus contemporáneos. Para muchos, el escepticismo es sinónimo de destrucción del conocimiento. Puesto que todo se pone en duda, parece que quedamos paralizados e inermes frente a un mundo que nos obliga a actuar y decidir. Sin embargo, no todo escepticismo es sinónimo de destrucción: al contrario, sus defensores sostienen que la crítica al conocimiento es precisamente la que permite ir mejorándolo. Si nos limitáramos a fiarnos de lo que se nos presenta como verdad apenas habría crítica ni por lo tanto progreso en el conocimiento.
En nuestros días se ha extendido una teoría a diversos campos bajo una nueva denominación:
el relativismo. En cierta manera, se podría relacionar con el escepticismo. Para los relativistas no hay ninguna verdad universal, sino que todo conocimiento puede ser válido sólo desde un contexto socio-cultural, histórico o personal que le da legitimidad.
Así, escepticismo y relativismo coinciden en negar la universalidad de la verdad y en señalar la fragilidad del conocimiento. El gran problema del relativismo, y también del escepticismo, consiste precisamente en su imposibilidad: afirmar que no existe la verdad o que toda verdad depende de un contexto, es contradictorio, ya que nos podríamos preguntar si la tesis escéptica es o no verdadera, o cuál es el contexto cultural desde el que cobra sentido el relativismo.
Dicho de otra forma: no podemos asumir que nada es verdad, o que toda verdad lo es sólo en un contexto sin renunciar a algo que en cierta forma consideramos inherente al ser humano como, es el deseo de saber.
Empirismo
Frente al escepticismo podemos entonces responder:
“Todos los hombres por naturaleza
desean saber”
Precisamente con esta frase comienza Aristóteles su Metafísica. En esta obra defiende, entre otras cosas, la legitimidad del conocimiento: la ciencia consiste en conocer lo que de universal hay en la realidad. Esta sencilla tesis del filósofo estagirita le aleja completamente del escepticismo y del relativismo. Su propuesta afirma además que el conocimiento comienza por los sentidos, lo que convierte a Aristóteles en uno de los primeros empiristas de la historia. Defiende un empirismo amplio y complejo: aunque el conocimiento comience por los sentidos, después interviene el entendimiento en un proceso que culmina con la verdad. Se trata, en todo caso, de una teoría que afirma claramente la existencia de la
verdad y por lo tanto critica a aquellos que la niegan o ponen en duda el valor del conocimiento humano.
La mejor prueba podría ser no sólo la ciencia, sino también el conocimiento diario, imprescindible para el normal desarrollo de la vida humana. Los ejemplos que nos pone el propio Aristóteles van precisamente en esta línea, asentando algunas de las ideas esenciales del empirismo:
1. El conocimiento humano comienza siempre por los sentidos. Lejos de despreciar este conocimiento, hemos de valorarlo como el inicio imprescindible que nos proporciona la información necesaria para relacionarnos con el mundo en que vivimos.
2. No existen las ideas innatas: al nacer, nuestro conocimiento está como una hoja en blanco, en la que vamos escribiendo a lo largo de la vida.
Ambas tesis estarán presentes en otros empiristas como Guillermo de Ockham (s. XIV), John Locke (s. XVII) o David Hume (s. XVIII). Con una salvedad importante: estos autores llevarán las tesis aristotélicas más lejos, al negar la validez de las ideas abstractas.
Tanto es así, que el empirismo de Hume terminó desembocando en el escepticismo, por lo que es importante distinguir el empirismo aristotélico, que afirma la posibilidad del conocimiento humano del
que proponen otros autores, como Hume, que negará dicha posibilidad.
Racionalismo
Si queremos justificar el conocimiento humano, existe otra alternativa al empirismo aristotélico: el racionalismo. Encuentra en Platón, maestro de Aristóteles, a uno de sus grandes representantes, aunque será en la modernidad, a partir del siglo XVI, cuando vaya cobrando una forma más definida, alcanzando su mayor expresión en filósofos como Descartes, Leibniz, C. Wolff y Malebranche.
Los racionalistas no sólo afirman la existencia del conocimiento, sino que señalan a la razón humana como su fundamento último, como la mejor respuesta a toda clase de duda y escepticismo.
Entre sus ideas más importantes podríamos destacar las siguientes:
1) Predominio de la razón sobre los sentidos: habría que ir matizando esto en cada uno de los autores, pero en todo caso encontramos que los sentidos ocupan un lugar secundario respecto a la razón, que es la “reina” del conocimiento humano, nuestra
mejor facultad. Platón llegará a despreciar los sentidos, mientras que Descartes los considera engañosos. Frente a estos, la claridad de la razón, que suele expresarse con la metáfora de la luz, es inapelable.
2) Existencia de las ideas innatas. Para los racionalistas hay una serie de ideas inherentes a la actividad misma del pensamiento y que no se pueden adquirir por medio de la experiencia, por lo que nacemos con ellas. Se trata de ideas abstractas que están directa o indirectamente implicadas en muchos de nuestros pensamientos y razonamientos.
La filosofía racionalista ha sido criticada por ir más allá de la experiencia. En su afán por conocer, suele apelar a conceptos que han sido muy discutidos como el de sustancia, idea, alma o Dios.
A la vez, el racionalismo ha jugado un papel capital en el desarrollo de la ciencia moderna, que en el fondo es consecuencia directa de una visión racionalista de la naturaleza, entendida a este respecto como un conjunto ordenado de fenómenos que pueden ser conocidos, descritos y manipulados por la razón humana.
En consecuencia la ciencia sería la gran baza a favor del racionalismo, así como uno de los mayores contraejemplos para los escépticos y los relativistas.
Estamos quizás ante una de las contradicciones de nuestro tiempo: el relativismo y cierta indiferencia respecto a la verdad conviven con la innegable valoración social de la técnica y la ciencia, cuyos frutos, aunque no se conozcan en profundidad por la
mayoría de los ciudadanos, se van extendiendo de una manera vertiginosa.
También es posible encontrar autores y corrientes de pensamiento que combinan diversas teorías. Bertrand Russell es una de las grandes mentalidades científicas del siglo XX. A la vez siempre defendió el ejercicio de la crítica como forma más genuina de pensamiento.
Ambos rasgos podrían acercarle al racionalismo, pero esto no se corresponde con ideas esenciales de su pensamiento: rechazó abiertamente el idealismo y el abuso de ciertas ideas abstractas y siempre apoyó la experiencia como fundamento último del conocimiento humano.
4. Conocimiento y verdad: tipos de verdad
El fin último del conocimiento humano es la verdad. Sin esta, aquel carece de sentido, y en cierta forma cualquier intento de conocer expresa un deseo de verdad, un hambre de saciar nuestra curiosidad, nuestra necesidad de situarnos en el entorno en que vivimos.
La verdad ocupa un importante lugar en nuestras vidas y habitualmente no reparamos en su significado y sus implicaciones. El problema de la verdad no es, ni mucho menos, una discusión destinada únicamente a especialistas. Muy al contrario, sus consecuencias morales, políticas y éticas se encuentran por doquier: calificar cualquier proposición o enunciado como “verdadero” lo reviste de una autoridad que rebasa el ámbito del conocimiento. Excluye otras teorías o tesis, pero a la vez respalda las consecuencias prácticas que puedan derivarse de esta verdad.
Por ello, no está de más tomar conciencia de las múltiples interpretaciones que ha recibido este concepto a lo largo de la historia del pensamiento.
1. Verdad como desvelamiento (aletheia): esta concepción parte de la filosofía griega y tiene como fundamento la distinción entre la esencia y la apariencia. En el fondo, viene sugerida por una de las primeras preguntas de la historia de la filosofía: ¿Cuál es el origen (arché) de todas las cosas? La propia pregunta parece contraponer la pluralidad de cosas frente a un único origen común de las mismas.
Siendo esto así, la diversidad sería aparente ya que en esencia estaría todo formado por lo mismo o, dicho de otra manera, todo compartiría un mismo origen.
Llegar a la verdad de las cosas consistiría entonces en quitarles el velo de la apariencia para llegar a conocer su esencia: des-velar la realidad.
Aunque pueda parecer abstracto, se trata de una interpretación de la verdad muy arraigada en el pensamiento popular: se expresa en dichos como “las apariencias engañan” o “las cosas no son lo que parecen”. Si entendemos la verdad como desvelamiento de manera implícita estamos asumiendo que el mundo está configurado por apariencias engañosas que nos impiden acceder a la verdad, idea que no es exclusiva del pensamiento griego sino que está presente también en religiones como el hinduismo.
2. Verdad como autenticidad: en cierta manera podría considerarse una variante de la anterior. Nos encontramos una vez más ante una teoría realista de la verdad, de manera que este concepto viene dado por la realidad y no por el sujeto que la observa,
que lo más que puede hacer es adaptarse a esta realidad, descubrirla.
Hablamos de verdad como autenticidad en ciertos contextos en los que un objeto original puede ser confundido con una copia o una imitación, como por ejemplo en el arte, el dinero, las piedras preciosas o simplemente en un mercado de objetos en el que se vendan falsificaciones. El objeto verdadero (o auténtico) sería aquel que reúne unas características que pretenden ser objetivas para distinguirle del resto, que son meras copias.
3. Verdad como adecuación o correspondencia: consistiría en la correcta relación entre el sujeto que conoce y el objeto conocido. Con esta teoría abandonamos el realismo: ya no basta sólo con la realidad para mostrar algo como verdadero, sino que será precisa la interacción del sujeto y la realidad. Aquello que pensamos o decimos es verdad si encuentra un correlato en la realidad que lo confirma.
Cuenta con una larga tradición en filosofía, con autores clásicos como Aristóteles o Santo Tomás. Teorías filosóficas más recientes incorporan una visión similar, actualizándola desde la filosofía del lenguaje, como podríamos encontrar en A. Tarsky, que ha desarrollado la teoría semántica de la verdad, definiéndola en los siguientes términos: «“P” es verdadera si y sólo si P». El ejemplo que puso el mismo autor ha sido ampliamente discutido: «”La nieve es blanca” es verdad si y sólo si la nieve es blanca.» Como se ve, hay un juego constante entre el lenguaje y la realidad: podemos llamar verdadera a aquella proposición que se ve confirmada por los hechos.
4. Verdad como evidencia: a partir de la modernidad comenzarán a desarrollarse distintas teorías idealistas de la verdad. Para estas teorías, el sujeto prevalece sobre la realidad en el proceso de conocimiento: de hecho, nuestras facultades de conocimiento determinan nuestra manera de percibir lo que llamamos realidad, de manera que el concepto de verdad dependerá mucho más del sujeto que del objeto. Al hablar de la verdad como evidencia nos estamos refiriendo a aquella idea que se nos impone de manera inmediata y sobre la que no es posible dudar. Este tipo de verdad juega un papel decisivo en áreas como la lógica y las matemáticas, y está asociada al racionalismo. Las verdades evidentes serían aquellas que la razón intuye de un modo directo, sin requerir si quiera de una demostración. Esta concepción de la verdad aparece muy claramente desarrollada en la filosofía cartesiana, que aspira precisamente a una teoría indudable de la realidad, basada en la evidencia de los primeros principios y la deducción del resto a partir de ellos.
5. Teoría pragmática de la verdad: encuentra su origen en el utilitarismo (Bentham y Mill) y su formulación más clásica en la obra de William James, titulada Pragmatismo.
Para los pragmáticos, lo más importante de una proposición no es si describe o no la realidad, sino las consecuencias prácticas que se derivan de la misma. La capacidad descriptiva del lenguaje y la verdad entendida como adecuación podrán ser valoradas
solo en tanto que esa descripción o la adecuación nos permiten transformar la realidad, adaptarla a nuestras necesidades y deseos.
En consecuencia, la verdad estará asociada a lo útil, a aquello que tiene consecuencias concretas en lo real. De esta forma se rechaza el intelectualismo y el racionalismo: de nada sirven las discusiones abstractas si no logran “tomar tierra”, si no tienen efecto alguno sobre nuestras vidas.
Así, desde el punto de vista pragmatista, la clave para llamar a algo verdad no está en si describe o no la realidad, sino en los efectos de esa verdad, en las consecuencias positivas que reporta a quien la sostiene. La aceptación del pragmatismo nos aleja de
cualquier intento de asociar verdad y universalidad: las creencias o verdades que resultan útiles para unos pueden no serlo para otros. En la actualidad el pragmatismo ha sido defendido por autores como H. Putnam o Richard Rorty, que llega a equiparar
la filosofía con un tipo particular de literatura, capaz de engendrar problemas irresolubles.
6. Teoría subjetivista de la verdad: esta expresión es en cierto sentido una contradicción en sí misma, puesto que hay quienes afirman que la verdad, para serlo, no puede nunca calificarse de subjetiva. Con todo, hay quienes disienten y afirman abiertamente
que toda verdad no es más que la expresión de una subjetividad.
Desde esta perspectiva, la verdad sería el reflejo de aquel que la pronuncia y no tenemos por qué asignarle un valor superior. Uno de los representantes de esta teoría sería F. Nietzsche: en un conocido texto (Sobre verdad y mentira en sentido extramoral) explica que la verdad es una imposición de una voluntad sobre el resto, pero no por ello puede esconder su carácter de ficción, de falsedad.
En consecuencia, la verdad sería válida sólo para cada uno, y estaríamos bordeando el escepticismo, o incluso derribando el concepto de verdad.
El empirismo de David Hume podría también acercarse a esta visión subjetivista, desconfiando en todo momento de cualquier pretensión de verdad.
En el polo opuesto podríamos hacer referencia al
perspectivismo de Ortega: asumiendo que la verdad es perspectiva y punto de vista, no renuncia a una construcción de las diferentes perspectivas, que nos ofrezca un “panorama” de la realidad.
7. Verdad como coherencia: este tipo de verdad no hace referencia a una sola proposición, sino a un conjunto de ellas. Hablamos así de una teoría coherente cuando no es posible encontrar ni deducir contradicción alguna de las proposiciones que la
forman.
Este criterio de verdad juega un papel muy importante en la ciencia, especialmente en las ciencias formales (lógica y matemáticas). No se puede desarrollar ninguna ciencia sobre la contradicción, ya que precisamente la ciencia aspira a sostener una tesis sobre la naturaleza, toma partido en un sentido u otro, y difícilmente podemos pensar en una ciencia dispuesta a afirmar una cosa y su contraria.
Por si esto fuera poco, también en nuestra vida diaria valoramos este criterio: aunque no nos damos cuenta la coherencia es una de las condiciones mínimas que pedimos a nuestros interlocutores. Cuando hablamos con otros, damos por supuesto que sus palabras tienen valor y que no van a decirnos hoy una cosa y mañana otra. La contradicción es el gran enemigo del lenguaje científico, pero también del lenguaje natural: tendemos a pensar que quienes se contradicen no son de fiar, ya que el lenguaje se vacía de significado a causa de la contradicción.
8. Verdad como consenso: se trata de aquella verdad que se construye a partir del acuerdo de un número suficientemente grande de individuos.
La verdad tiene también una dimensión social, podemos construirla fijando el significado de la realidad, que en algunos contextos tiene un carácter convencional.
Así, la verdad no dependería en este caso del sujeto ni del objeto, sino de la intersubjetividad, que decide qué es y qué no es verdad en cada caso.
Es importante tomar conciencia de que este tipo de verdades carecen de objetividad, pero esto no las convierte en arbitrarias o prescindibles. Muy al contrario, quien se enfrenta a ellas se sitúa frente a la sociedad que las crea.
Ante todos estos sentidos de la palabra verdad, se hace necesaria una reflexión crítica, capaz
de establecer en cada caso qué criterio de verdad se está utilizando, así como su idoneidad.
La ausencia de pensamiento crítico es una puerta abierta a la manipulación y el dogmatismo, que a menudo pueden servir a intereses políticos, económicos, sociales o morales. ¿Qué es la verdad en cada uno de estos terrenos? Ser consciente de la problematicidad de esta pregunta es una condición indispensable para el pensamiento crítico y autónomo.
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texto de William James
“Sorprende realmente advertir cuántas discusiones filosóficas perderían su significación si las
sometieran a esta sencilla prueba de señalar una consecuencia concreta. No puede haber aquí
una diferencia que no repercuta en otra parte: no puede existir diferencia en una verdad
abstracta que no tenga su expresión en un hecho concreto y en la conducta consiguiente sobre
el hecho, impuesta sobre alguien, de algún modo, en alguna parte y en algún tiempo. Toda la
función de la filosofía debería consistir en hallar qué diferencias nos ocurrirían, en
determinados instantes de nuestra vida, si fuera cierta esta o aquella fórmula acerca del
mundo.”
William James, Pragmatismo)
Preguntas para el comentario
1. Explica cuál es la idea central del texto, así como la estructura del mismo.
2. Según el texto, ¿existe o no alguna relación entre las “verdades abstractas” y los “hechos concretos”? Justifica tu respuesta
3. Pon en relación el texto con una de las concepciones de la verdad que hemos estudiado. Explica por qué está relacionado con esa concepción en concreto.
5. ¿Qué es la realidad? Esencialismo, fenomenismo, pragmatismo
El ser humano siempre se ha sentido fascinado por la realidad que le rodea. Antes ya hemos aludido a la que es considerada la primera pregunta de la historia del pensamiento occidental: ¿Cuál es el principio (arché) de todas las cosas? Directamente relacionado con esta pregunta está el llamado problema del cambio: este primer principio será inmutable, frente a la variabilidad de todos los seres existentes. Los primeros que se interrogaron por el mundo en que vivían tomaron conciencia de que la realidad era cambiante, siempre en proceso de construcción.
La naturaleza es para los primeros filósofos un ciclo gigantesco de cambio: noche-día, nacimiento-muerte, estaciones meteorológicas, ciclos astronómicos...
Simultáneamente, ha de haber algo permanente en cada uno de los seres naturales: si nada se sustrae al cambio, viviríamos en una vorágine cambiante imposible de conocer.
El saber aspira precisamente a sustraer lo inmutable, lo que es siempre idéntico a sí mismo, pues parece difícil concebir una verdad que sea hoy de una forma y mañana de otra.
Nuestro propio lenguaje exige algo permanente: para poder llamar perro a un animal, ha de reunir ciertas características, independientemente de la raza a la que pertenezca.
Las palabras son intentos de detener el cambio: por mucho que el chopo pierda sus hojas en otoño, no deja de ser chopo y sigue siéndolo cuando aparecen los primeros brotes, o cuando el verde de sus hojas empieza a perder la batalla frente al incipiente amarillo. Ciclos que se repiten sin lograr afectar a que el árbol siga siendo el mismo: ¿Cómo es posible que así sea si aparentemente el cambio es constante, si incluso la propia biología certifica que la composición celular de los seres vivos cambia a cada momento y sabemos que el paso del tiempo va cambiando nuestra apariencia de una manera imparable?
La respuesta a esta pregunta ha dividido en dos grandes grupos a los grandes pensadores de la historia: esencialismo frente a fenomenismo. A ambas
perspectivas le añadiremos una tercera: el pragmatismo.
Esencialismo
la esencia, sustancia o forma como fundamento último de lo real.
Para los partidarios del esencialismo, los datos que percibimos a través de los sentidos son sólo una parte de la realidad. De hecho la apariencia resulta engañosa e inestable por lo que el esencialismo afirma la existencia de algo que se sustrae al cambio y que sirve de soporte para la apariencia: bajo denominaciones tan diversas como Idea (Platón), forma (Aristóteles), esencia (Santo Tomás), universal, sustancia (Descartes) o noúmeno (Kant) se está apelando a algo más allá de la apariencia y que sería el sustrato último de la realidad.
Aunque esta teoría pueda parecer extraña y abstracta, viene impulsada por una necesidad bien sencilla: encontrar una verdad permanente. Para muchos pensadores la verdad no puede ser hoy una y otra mañana y al mirar la realidad nos damos cuenta de que el cambio es una característica intrínseca a la apariencia. Siendo esto así, parece imprescindible afirmar la existencia de algo más allá de la apariencia.
El pensamiento esencialista busca algo que se sustraiga al cambio, un principio estable y permanente al que aferrarse y desde el que explicar la transformación permanente de la realidad, su fluir interminable.
Quizás inconscientemente, la manera más habitual de pensar es precisamente este esencialismo: las propias palabras que utilizamos no varían y parecen apuntar a una realidad que es siempre la misma. Los cambios en las cosas no conllevan cambios en las palabras por lo que implícitamente parece que aceptamos la existencia de algo más allá del cambio.
Como se ve, hay una interacción constante entre la realidad, el conocimiento y el lenguaje, y en este sentido el esencialismo suele ir ligado también al racionalismo: hay algo más allá de la apariencia que conocemos por medio de la razón, ya que los sentidos son testigos del cambio imparable de las cosas, y que expresamos a través de las palabras.
La gran dificultad a la que ha de hacer frente el esencialismo es precisamente el conocimiento o análisis de eso que está más allá de los datos sensibles: ¿Qué es la esencia? ¿Y la sustancia?
Fenomenismo
La afirmación de la apariencia como única realidad.
Como respuesta y crítica al pensamiento esencialista, los filósofos fenomenistas argumentan que no podemos afirmar la existencia de nada más allá de lo sensible, de manera que la apariencia es lo único existente. El manto de la apariencia es lo único que podemos confirmar a través de los sentidos, y nuestras pretensiones sobre la verdad o la realidad no pueden llevarnos a postular aquello que no podemos constatar.
La realidad es cambio, y si esto no encaja en nuestra visión de la verdad, será esta la que debe cambiar: será preciso ajustar nuestra concepción de la verdad a los datos que podemos conocer que no son otros que los que nos vienen dados por los sentidos. Así el fenomenismo suele aparecer ligado al empirismo: si sólo existe el fenómeno, la manera adecuada de conocerlo será a través de los sentidos y las ideas abstractas tendrán que someterse a una dura crítica.
A lo largo de la historia han sido muchos los filósofos que han respaldado el fenomenismo: Heráclito de Éfeso, Guillermo de Ockham, David Hume o Friedrich Nietzsche. Desde inquietudes históricas bien distintas, sus propuestas filosóficas aceptan el cambio interminable de lo real, negando que podamos conocer nada más allá del mismo. A excepción de Ockham, que asumirá la existencia de Dios como una cuestión de fe, el resto criticará el pensamiento teísta que a su modo de ver es una creación del ser humano, totalmente vacía de contenido.
En el polo opuesto, el fenomenismo suele ir de la mano de una concepción materialista, según la cual todo lo que ocurre en la naturaleza puede explicarse desde la materia, sin necesidad de apelar a ningún principio ajeno a la misma. Desde la segunda mitad del siglo XIX el positivismo ha defendido que la realidad es lo útil, lo inmediato, aquello que se puede medir (“lo positivo”) dando lugar a una visión cientificista de la naturaleza, que está muy extendida en nuestros días.
La teoría fenomenista cuenta a su favor con dar una sencilla explicación de lo que nos resulta más cercano. En ocasiones las abstracciones esencialistas pueden parecernos demasiado alejadas de la realidad y es precisamente esto lo que logra evitar el fenomenismo, que se desarrolla permanentemente pegado a la realidad.
No obstante, ha de hacer frente a una seria objeción: hasta qué punto es posible el conocimiento sin emplear conceptos abstractos y universales, cómo entender la realidad sin un principio explicativo que sirva de soporte a las manifestaciones sensibles que nos rodean. Si repasamos nuestra vida cotidiana nos damos cuenta al momento de que a menudo hacemos referencia a propiedades no directamente observables o difícilmente justificables desde los datos sensibles. La propia ciencia y las matemáticas, por poner un ejemplo, utilizan conceptos abstractos en su desarrollo y es cuestionable si todos podrían fundamentarse en la pura apariencia.
El pragmatismo y el fin del pensamiento metafísico
Aunque el esencialismo y el fenomenismo, en grados diversos y con sus correspondientes matices, sean las corrientes dominantes, no son las únicas. Una tercera posibilidad es el pragmatismo, teoría a la que ya hemos aludido al explicar los criterios de verdad.
El pragmatismo se desarrolló a partir del siglo XIX en EEUU gracias a la labor de autores como Ch. S. Peirce, W. James y J. Dewey. La palabra pragmatismo procede del griego pragmata, que significa hechos, y es a estos a los que se agarra la teoría. Su propuesta central nos orienta hacia las consecuencias prácticas del conocimiento. Lo importante, desde este punto de vista, no es la discusión teórica, sino las consecuencias que en la práctica se puedan desprender de la misma. La realidad se caracteriza en consecuencia por el dinamismo y el cambio al que el ser humano ha de adaptarse por medio de sus acciones y decisiones.
Así, lo importante de nuestro conocimiento no es si describe o no adecuadamente la realidad, sino si nos permite relacionarnos con ella de una manera que podríamos calificar de adecuada, exitosa o provechosa.
Expresándolo de una manera sencilla, el pragmatismo es una invitación a ser prácticos, tomando postura en aquellas cuestiones o debates que tengan consecuencias inmediatas para nuestra vida.
Si aplicamos estas ideas al debate sobre la realidad entre esencialismo y fenomenismo, la respuesta pragmática podría evitar el problema, al considerar que no hay consecuencias prácticas directas e inmediatas de ninguna de las teorías principales.
La propia cuestión estaría lo suficientemente alejada de la realidad como para dedicarle un tiempo y esfuerzo que no va a tener ningún efecto concreto sobre el mundo en que vivimos.
Esto no quiere decir que el pragmatismo desista de toda cuestión abstracta: la ciencia o la religión plantean preguntas teóricas que pueden tener consecuencias en la práctica. Sin embargo, algunas ramas de la filosofía, como la metafísica, no son especialmente aplicables a la realidad, ni orientan la acción del ser humano.
Para algunos, este enfoque cuestiona la existencia misma de la filosofía, ya que la metafísica ha sido siempre una de sus ramas más importantes.
Otros autores, defienden que el fin del esencialismo obliga a resituar la filosofía en un nuevo contexto teórico y nuevas funciones, como por ejemplo el desarrollo del pensamiento crítico y el control del lenguaje y de otras actividades humanas como la ciencia o el arte.
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