CONCEPCIONES FILOSÓFICAS DEL SER HUMANO
Esta viñeta de Forges nos puede remitir a muchos significados. Desde el pesimismo respecto a la naturaleza humana a una característica bien peculiar de nuestra especie: a priori no parece que tengamos muchas opciones de supervivencia y sin embargo terminamos adaptándonos de tal manera que ponemos en peligro la continuidad del planeta. Quizás pasemos de no poder funcionar bien a funcionar tan bien que podemos terminar desapareciendo.
0. Introducción
1. Del centro de la creación a descendiente del mono.
1.1. Del fijismo a la teoría de la evolución: Linneo y Lamarck.
1.2. Modificaciones en la evolución lamarckista: Darwin (y Wallace)
1.3. Una teoría compleja: la teoría sintética de la evolución
3. El ser humano en el centro del debate evolutivo
4. Hominización y humanización
5. Características diferenciadoras del ser humano
6. Cuerpo y alma, mente y cerebro: ¿Qué somos?
7. La inexistencia del ser humano "in abstracto": el existencialismo.
8. ¿Es el hombre un animal religioso?
9. Algunas caracterizaciones culturales del ser humano
Introducción
Si bien la reflexión filosófica arranca con la pregunta acerca del origen de todas las cosas, en muy poco tiempo se dedicó al que para filósofos como Kant y Hume era el más importante de los problemas filosóficos: el ser humano, objeto central de la antropología filosófica. Una pregunta tan aparentemente sencilla como “¿qué es el ser humano?” no ha encontrado todavía una respuesta definitiva. Al revés: desde que la filosofía comenzara a preguntarse por el ser humano, no han dejado de surgir nuevas preguntas, nuevas maneras de enfocar un asunto que parece no agotarse nunca. Durante este tema veremos algunas de las cuestiones más importantes y las principales respuestas que se han venido ofreciendo desde la filosofía.
1. Del centro de la creación a descendiente del mono:
Tradicionalmente se ha pensado que el hombre ocupaba un lugar especial dentro del universo. Para el pensamiento religioso el ser humano era la cúspide de la creación: “creced y multiplicaos, dominad toda la tierra” se puede leer en el Génesis. No sólo esto: somos la única criatura que cuenta a su favor con el peculiar poder de poner nombre a todo lo creado. Esta visión antropocéntrica no es exclusiva del cristianismo: aparece también en el judaísmo y en el islam, así como en la práctica totalidad de las religiones a excepción de las que conciben toda la naturaleza como un continuo, como en ciertas ramas del budismo y del hinduismo. La idea aparece también en la filosofía: Platón y Aristóteles afirmarán que el ser humano cuenta con características especiales que le distinguen del resto: la inteligencia (Platón) o el lenguaje y la capacidad de vivir en sociedad (Aristóteles) son buenos ejemplos. Esta concepción logrará un amplio respaldo en toda la historia de la filosofía y salvo algunas excepciones se convertirá en la tendencia dominante al menos hasta el siglo XIX.
De hecho, se podría dibujar la evolución de la historia de las ideas en la modernidad como un pequeño viaje hacia la “descentralización” del ser humano. Es decir, asistimos a diversos sucesos históricos que nos harán cuestionar esa posición de predominio sobre el resto de especies. Suelen citarse principalmente los siguientes:
1. El cambio del modelo geocéntrico al heliocéntrico: pese a todos los problemas y dificultades que tuvo que superar Galileo, el cambio de modelo cosmológico que iniciaron Copérnico y Kepler terminará imponiéndose sobre el de Aristóteles y Ptolomeo. La consecuencia para el ser humano es sencilla: nuestro planeta no ocupa ya el centro del universo, sino que es uno más de los planetas (palabra que significa etimológicamente “errante”) que gira alrededor del sol. Por así decirlo, con Galileo dejamos de habitar el centro del universo.
2. La teoría de la evolución de Darwin: aunque ampliaremos esta teoría más adelante, nos basta ahora con tener en cuenta que su consecuencia filosófica más importante consiste en establecer la continuidad biológica entre el homo sapiens sapiens y el resto de especies. No somos el animal predilecto o no hay un rasgo que nos separe del resto de especies: somos una más de las muchas especies animales que pueblan el planeta tierra.
3. La llamada “filosofía de la sospecha”. Hay tres autores que en el siglo XIX van a criticar duramente la razón humana. Se trata de Marx, Nietzsche y Freud. Para el fundador del movimiento obrero la razón es una herramienta en manos de la burguesía, cuyo uso aspira fundamentalmente a legitimar el sistema capitalista y justificar la explotación del proletariado, de manera que todo lo racional oculta en realidad intereses de clase.
Por su parte, Nietzsche dirá que la razón es un valor decadente que niega la vida y convierte al ser humano en un ser abnegado y sacrificado en favor de conceptos como la verdad, el bien, la justicia, Dios... Para Freud, la razón es un mecanismo de control de los impulsos, y su tendencia a esconderlos, negarlos o ignorarlos está en el origen de muchas enfermedades mentales. En resumen, la razón no nos sitúa por encima del resto de animales: muy al contrario, es un mecanismo negativo y represor que trata de escamotear una animalidad innegable. No somos tan racionales como pensamos.
Como se ve, son muchas las teorías que despojan al ser humano de cualquier pretensión de superioridad. De entre todas ellas, por su importancia dentro de la cultura y por las consecuencias en la concepción del ser humano nos detendremos a explicar el desarrollo de la teoría de la evolución.
1.1. Del fijismo a la teoría de la evolución: Linneo y Lamarck
El fijismo ha sido la teoría dominante en biología hasta el siglo XIX. Consiste en afirmar que las especies has permanecido inalterables a lo largo del tiempo y no comparten ningún antepasado común, por lo que no existe parentesco entre ellas. En los inicios de la biología parecía la tesis más natural, relacionándose así con el creacionismo que venía respaldado por las mitologías de diversas religiones. La teoría fijista fue desarrollada científicamente por biólogos como Linneo (s. XVIII, autor de la taxonomía moderna que sustituyó a la aristotélica) y Cuvier. Su alianza natural con el creacionismo favoreció su mantenimiento a lo largo de los siglos, hasta que la gran cantidad de fósiles que iban apareciendo cuestionaban las tesis fijistas.
Lamarkismo
El primer científico que propuso una teoría evolutiva fue J.B. Lamarck (ss. XVIII – XIX). Su teoría era compatible con el creacionismo: Dios es el responsable último de la naturaleza. Pero no creó todas las especies tal y como hoy las conocemos, sino que estas han ido desarrollándose a lo largo del tiempo de acuerdo a dos principios:
1. Ley de uso y del desuso: aquellos órganos que son más utilizados por cada ser vivo logran un mayor desarrollo que aquellos que no se utilizan, que habitualmente se terminan atrofiando. Dicho de otra manera: “la necesidad crea el órgano”.
2. Transmisión por herencia de las modificaciones adquiridas: para Lamarck, estos cambios que va sufriendo cada ser vivo son transmitidos a través de la herencia a los descendientes de tal forma que las siguientes generaciones nacen ya con ciertas ventajas debido a los hábitos mantenidos por sus progenitores. Ambas leyes son expresadas por Lamarck en su obra Filosofía zoológica de la siguiente manera:
“Primera ley: En todo animal QUE no ha traspasado el término de sUs desarrollos, el USo frecUEnte y sostenido de UN órgano cUAlQUIEra lo fortifica poco a poco, dándole UNa potencia proporcional a la dURAción de este USo, mientras QUE el desUSo constante de tal órgano lo debilita y hasta le hace desaparecer.
SegUNda ley: Todo lo QUE la NatURaleZA HIZO adQUIRIR o perder a los individUOs por la inflUEncia de las circUNstancias en QUE sU raZA se ha encontrado colocada dURAnte largo tiempo, y consecUEntemente por la inflUEncia del empleo predominante de tal órgano, o por la de sU desUSo, la NatURAleZA lo conserva por la generación en los nUEvos individUOs, con tal de QUE los cambios adQUIRIDos sean coMUnes a los dos sexos, o a los QUE han prodUCido estos nUEvos individUOs. ” (J.B. Lamarck, Filosofía zoológica)
1.2. Modificaciones en la evolución lamarckista: Darwin (y Wallace)
La teoría de Lamarck es importante porque representa un cambio de paradigma: se deja de pensar en términos fijistas para introducir una tendencia evolucionista en la naturaleza. En este sentido representa un auténtico giro dentro de la biología y preparó el terreno para el desarrollo de la teoría de Darwin. Hay que decir por tanto que ya había precedentes en cuanto a la idea de evolución en la naturaleza. No sólo eso: A.R. Wallace, de manera independiente, elaboró una teoría similar a la de Darwin al tiempo que él. Sin embargo, el eco alcanzado por Darwin dentro de la comunidad científica fue mayor y por eso es conocido como el padre de la teoría de la evolución, que elaboró a partir de sus exploraciones en el Beagle. Las ideas más importantes son las siguientes:
1. Evolución de las especies o transformismo: la naturaleza no es estática, sino que se caracteriza por un cambio permanente a partir del cual surgen nuevas especies. Ninguna especie permanece inalterada a lo largo del tiempo, sino que va cambiando a un ritmo extraordinariamente lento, lo que hace que a nuestra vista sea inapreciable. Esta visión dinámica de la naturaleza traspasará las fronteras de la biología y romperá con el modelo mecanicista de la física clásica.
2. Todas las especies tienen un origen común, por lo que están emparentadas. Hay unas que pueden estar más próximas a otras, pero si retrocediéramos lo suficiente en la historia de la vida,
podríamos encontrar un antepasado común a las especies que nos parezcan más alejadas. La diversidad de especies se debe fundamentalmente al proceso de adaptación de una misma especie a entornos naturales distintos.
3. Hay dos principios esenciales que regulan la evolución: la lucha por la supervivencia y la selección natural. Nacen más individuos de los que pueden sobrevivir y de los que pueden alcanzar el éxito reproductivo. Esto obliga a que sólo sobreviva el mejor adaptado, surgiendo así de la interacción de seres vivos en diferentes ecosistemas un proceso de selección. Hay que tener en cuenta que todos los individuos van acumulando diferentes variaciones que están sometidas al proceso de la selección natural. Cuando se dan tantas variaciones que ya no es posible el cruce con una especie anterior se podría decir que hay una nueva especie. Veamos un párrafo en el que Darwin expresa esta idea de la selección natural:
“Existen organismos QUE se reprodUCen y la progenie hereda características de sUS progenitores, existen variaciones de características si el medio ambiente no admite a todos los miembros de UNa población en crecimiento. Entonces aQUEllos miembros de la población con características menos adaptadas (según lo determine sU medio ambiente) morirán con mayor probabilidad. Entonces aQUellos miembros con características mejor adaptadas sobrevivirán más probablemente. ” (Charles Darwin, El origen de las especies)
El impacto antropológico de esta teoría es enorme pues, como se anticipó antes, Darwin estaba afirmando de manera rotunda que descendemos de otros animales y que, por así decirlo, no somos el centro de una creación que no es ya necesaria para explicar el desarrollo de las especies, que puede justificarse con principios tan sencillos como los darwinianos. Estamos por tanto, ante una de las teorías materialistas más potentes de la historia, ya que aspira a explicar la formación de la especie humana sin apelar a ningún
elemento ajeno a la naturaleza misma. Esta postura materialista será una de las bases del pensamiento ateo.
1.3. Una teoría compleja: la teoría sintética de la evolución
La teoría de Darwin ofrecía una explicación de los mecanismos evolutivos, pero era incapaz de arrojar luz sobre la acumulación de variaciones. Este agujero en su teoría será cubierto gracias a los descubrimientos en el área de la genética, que vendrán aportados por uno de los contemporáneos de Darwin: G. Mendel. Este monje austriaco realizó diversos experimentos con guisantes a partir de los cuales estableció las leyes de la herencia, en las que explica cómo se transmiten los rasgos genéticos de una generación a otra en función de que sean o no dominantes o recesivos. Estos descubrimientos de Mendel dan razón precisamente de aquello que Darwin no explicaba.
Esta circunstancia no pasó desapercibida para biólogos como Morgan o Dobzhansky, que desarrollaron la teoría sintética de la evolución o neodarwinismo. La síntesis es evidente: la teoría de la selección natural de Darwin con las leyes de la herencia de Mendel, que en el siglo XX encuentran una mayor profundidad gracias a las investigaciones de la biología molecular. La diversidad biológica se produce por las leyes de la herencia (Mendel) y posteriormente la selección natural (Darwin) actúa sobre esa diversidad. En definitiva, la teoría sintética pretende saber por medio de la genética cómo y por qué se forman y transmiten las mutaciones y las combinaciones de genes que hacen de cada ser vivo único e irrepetible desde un punto de vista genético. Por otro lado, el estudio de los ecosistemas permitió un conocimiento más ajustado de la selección natural, a la vez que se lograba una teoría más completa de la existencia de fósiles. El crecimiento de la teoría sintética ha sido imparable y ha ido extendiendo un tipo de explicación genética y adaptativa a diferentes ámbitos. En nuestros días, Richard Dawkins ha defendido en El gen egoísta que incluso el comportamiento altruista, en principio antiadaptativo porque implica el sacrificio del sujeto, podría tener una base genética, ya que nos sacrificamos por aquellos con los que compartimos una mayor cantidad de genes.
3. El ser humano en el centro del debate evolutivo
Tan importante como los fundamentos de la teoría sintética es comprender sus implicaciones filosóficas. En primer lugar: la ausencia finalidad en la naturaleza. El azar domina todo el proceso: desde la aparición de mutaciones hasta su efectividad adaptativa. No cabe pues decir que tal especie tiene tal órgano para cumplir tal función. Esto es seguir pensando en términos teleológicos, alejados de las ideas centrales del neodarwinismo. Habría que decir, más bien, que tal especie sufrió a lo largo de cientos de miles de años una serie de mutaciones que resultó ser adaptativa en las circunstancias cambiantes e imposibles de predecir de un ecosistema. El biólogo francés Jacques Monod ha desarrollado estas ideas en su conocida obra El azar y la necesidad, donde se extiende esta consecuencia de la evolución al ser humano: nuestra existencia no es producto de ningún proceso intencionado y voluntario. El ser humano, por así decirlo, no estaba previsto y somos el fruto de una larga cadena de casualidades. Hijos del azar, sometidos a las leyes necesarias de la naturaleza. Por ello habría que desterrar para siempre cualquier visión del ser humano como una especie superior, elegida o privilegiada. Esta teoría científica inspirada en el materialismo ha originado movimientos que traspasan la frontera de la biología: sus ideas centrales son utilizadas con mucha frecuencia para defender posturas ateas, como hace en nuestros días Richard Dawkins.
Con todo, hay que decir que la teoría de la evolución ha de responder aún importantes preguntas pendientes. En primer lugar, se discute el mismo concepto de evolución y no hay acuerdo sobre si esta se produce en largos periodos de tiempo (gradualismo), de una generación a otra (saltacionismo), o por medio de transformaciones grandes y repentinas en la naturaleza (catastrofismo). En segundo lugar, hay una tensión entre el concepto de evolución y el de adaptación. Si el desafío que la naturaleza plantea a cada ser vivo consiste en adaptarse a su entorno, entonces se hace difícil explicar por qué se da un proceso de evolución. Si una especie ya está adaptada, ¿por qué seguir acumulando cambios, por qué seguir evolucionando, por qué continuar seleccionando nuevas especies? El concepto de adaptación nos evoca conformismo y estabilidad, mientras que el de evolución implica dinamismo. Una consecuencia de esta crítica puede resumirse en esta pregunta: ¿Por qué la naturaleza parece desarrollarse siempre hacia estructuras cada vez más complejas, si las primeras células vivas ya cuentan con recursos que les permiten adaptarse a su entorno?
Como se ve, la teoría de la evolución se plantea desde la biología, pero sus consecuencias alcanzan otras muchas ramas de áreas tan diversas como la religión, la antropología e incluso la ética. El problema radical que hemos de plantearnos es qué es el ser humano. Si somos producto del azar, se hace mucho más difícil justificar por ejemplo, la existencia de valores y normas morales o las diferencias que existen respecto a otras especies animales. Desde del campo de la religión ha surgido la teoría del diseño inteligente, que trata de preservar, con escaso éxito, la diferentes entre el hombre y el resto de animales, salvaguardando conceptos de importancia ética como del dignidad. Más apoyos logran otras teorías que asumen la evolución como vector fundamental de la naturaleza, pero tratan de circunscribir sus efectos al campo de la biología, subrayando que la vida humana sigue siendo un gran interrogante, ya que aunque seamos una especie animal, contamos con una serie de particularidades que nos diferencian del resto. Una de ellas queda bien reflejada en este fragmento del libro La especie elegida, de Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez:
“AUNQUE en el aspecto genético somos UNos primates MUy próximos a los chimpancés y UN prodUCto de la evolUCión, constitUIMos UN tipo de organismo radicalmente diferente de todos los demás. Somos los únicos seres QUe se pregUNtan por el significado de sU propia existencia”
4. Hominización y humanización
La pregunta por el ser humano se hace aún más difícil de responder si tratamos de describir su proceso de formación, en el que intervienen a partes iguales la naturaleza y la cultura. Es esta una de las singularidades humanas: somos una extraña mezcla de naturaleza y cultura, y es muy difícil encontrar alguna actividad o característica humana en la que ambos elementos no interactúen. Entenderemos ambos conceptos en un sentido muy amplio: ciñéndonos a la etimología, la naturaleza es aquello que se crea sí mismo, mientras que la cultura nos remite al “cuidado”, con lo que se nos está diciendo que todo aquello que es cultural está revestido de cierto artificio, no puede generarse solo sino que requiere de la mano del ser humano. Ambas fuerzas, naturaleza y cultura, están presentes en nuestros orígenes, formando una amalgama que hace imposible distinguirlas en la actualidad. Es habitual diferenciar dos procesos en la formación del ser humano:
1. Hominización: es el conjunto de cambios naturales y transformaciones que han ido sufriendo los homínidos desde el Australoptihecus (aprox. hace dos millones de años) hasta desembocar en el Homo sapiens sapiens (aprox. hace cien mil años).
Aunque se hayan producido cambios desde entonces, estos no son sustanciales por lo que se puede decir que fisiológicamente somos muy parecidos a los primeros sapiens sapiens.
2. Humanización: se trata del proceso de desarrollo cultural que va a configurar la vida del ser humano desde su aparición como especie hasta nuestros días. Si la hominización es la historia natural del ser humano, podríamos decir que la humanización es la historia de los rasgos constitutivos y definitorios de la cultura humana.
El desarrollo natural (hominización) y el cultural (humanización) se solapan en el tiempo y se entrelazan, de manera que los cambios anatómicos y morfológicos van a permitir la aparición de rasgos culturales. El proceso completo se puede concretar en las siguientes fases:
1. Desafío ecológico: todo comenzó hace varios millones de años cuando se produjo una gran deforestación en África. Sometidos a una gran presión para lograr alimento, algunos primates, en concreto los australopithecus, comienzan a vivir en el suelo. El sencillo gesto de descender de los árboles terminará dando lugar a la línea de los humínidos, de la que tan sólo el sapiens sapiens sobrevive.
2. Bipedestación: vivir en el suelo trae consigo nuevas necesidades y mantener una posición erguida ofrece ventajas como la detección de peligros y depredadores. Además, las extremidades superiores quedan liberadas para la realización de otras tareas. A lo largo del tiempo la selección natural va a favorecer a aquellos homínidos que acumulen mutaciones que favorezcan esta postura erguida que, por otro lado, permite realizar largos trayectos en busca de alimentos. Por si esto fuera poco, la posición permitirá a largo plazo que los órganos fonadores.
3. Desarrollo del pulgar oponible o efecto pinza: será la liberación de las manos la que permita contar con la capacidad de agarrar objetos. Con el pulgar oponible, los homínidos podrán coger objetos y manipularlos con una precisión muy superior a la del resto de animales. Con el tiempo este sencillo gesto se convertirá en la clave de la técnica, que es uno de los rasgos de la humanización. Como vemos, se empiezan a entrelazar los procesos naturales y los culturales de una forma inseparable. Tanto es así que esta capacidad técnica (característica del homo habilis) guarda una relación muy importante con el siguiente rasgo que vamos a estudiar.
4. Cerebración: se trata de un proceso que viene impulsado por la capacidad técnica. Al poder fabricar herramientas, los homínidos aplican formas rudimentarias de pensamiento técnico que les permitirán aumentar sus posibilidades de supervivencia, de manera que aquellos que cuenten con un cerebro más grande tendrán a su vez más opciones. A estas alturas de la evolución el cerebro es ya el órgano que más energía consume y su crecimiento se verá impulsado tanto por la técnica como por la necesidad de enseñarla, transmitirla y conservarla, lo cual exigirá un lenguaje y una organización social. Como se ve se dan las condiciones para que aquellos homínidos con mutaciones que afecten al tamaño del cerebro sean favorecidos, pero no nos cansaremos de repetir que este proceso es, desde el punto de vista neodarwinista, puramente azaroso.
5. Desarrollo de los órganos fonadores: la posición de la laringe y la faringe es exclusiva de la especie humana, ya que la segunda sirve como caja de resonancia de la primera, permitiendo emitir una cantidad de sonidos muy superior a la de otros primates. Esta es una condición material imprescindible para el desarrollo del lenguaje tal y como hoy lo conocemos. Unido a la mayor capacidad cerebral que acabamos de comentar, permitirá la aparición de la capacidad simbólica: lo que en un principio pudieron ser sonidos que alertaban del peligro se terminó convirtiendo en un sistema articulado con una capacidad expresiva mucho mayor.
Es muy importante recalcar que el proceso de hominización pone las condiciones para la aparición de rasgos culturales, propios de la humanización, que a su vez impulsan y favorecen nuevos cambios en nuestra fisiología por mecanismos puramente adaptativos y de selección natural. Esta fecunda interacción de naturaleza y cultura es consecuencia del azar para los neodarwinistas, mientras que para sus críticos es prácticamente imposible concebir cómo es posible que el azar encadene tantas y tantas circunstancias. El debate, como se ve, traspasa las fronteras de la paleoantropología.
5. Características diferenciadoras del ser humano
Ser conscientes de cuál ha sido nuestro proceso de formación como especie nos ayuda a concretar qué es aquello que nos separa del resto de especies. Hay que destacar especialmente las siguientes cualidades:
1. Neotenia: es una propiedad biológica. A diferencia del resto de especies y especialmente de los chimpancés, el ser humano nace fisiológicamente inmaduro, y requiere un proceso de atención, cuidado y aprendizaje muy superior. Esta neotenia sitúa al ser humano en desventaja en el momento del nacimiento. Sin embargo, es una ventaja a largo plazo, puesto que el periodo de aprendizaje se prolonga en el tiempo mucho más que en cualquier otra especie, lo que nos permite adaptarnos mejor que a otras especies, siendo nuestro aprendizaje plástico y flexible. En cierta manera, el ser humano no deja de aprender nunca, sino que esta es nuestra tarea más genuina.
2. El lenguaje: está comprobado que otras especies se comunican entre sí mediante códigos diversos, pero ninguna logra crear un lenguaje tan complejo y desarrollado como el humano, un sistema articulado de signos que en función de un número relativamente pequeño de símbolos logra crear una cantidad infinita de mensajes. El lenguaje es así el mejor ejemplo de nuestra capacidad simbólica, que para autores como Cassirer es lo que nos separa del resto de especies. Los animales utilizan signos, ya que en ellos la relación entre el significante y el significado viene regulada por la naturaleza. Sin embargo, no pueden emplear ni comprender símbolos, puesto que la relación antes mencionada es convencional y artificial, depende de los seres humanos que le dan sentido.
3. Racionalidad: existen especies animales que destacan por su memoria e incluso por su capacidad de resolver problemas demostrando inteligencia, pero la racionalidad alcanza en el ser humano un grado mayor que en cualquier otra especie. Sólo los hombres son capaces de plantearse hipótesis teóricas, de realizar experimentos y de sistematizar y formalizar el conocimiento. La abstracción no sirve sólo para conocer, sino que se integra en la trasformación de nuestro entorno a través de la tecnología, que es la técnica que integra conocimientos científicos. Hay animales capaces de construir objetos sencillos, pero ninguno de ellos desarrolla tecnología, calcula o planifica.
4. Otra de las facultades intelectuales que nos diferencian del resto de especies es la conciencia, que nos permite “darnos cuenta” de quiénes somos y el lugar que ocupamos, no sólo en la sociedad sino también en la historia. Se cree que muy pocos animales se reconocen ante un espejo y mucho menos son capaces de investigar su pasado o de desarrollar una conciencia moral, de la que derivan conceptos importantes para la vida en sociedad como la libertad y la responsabilidad. Conciencia personal, histórica, moral... todas ellas están presentes de una forma u otra en una vida social y política compleja que según Aristóteles encuentra en la palabra (otra vez el lenguaje) la diferencia respecto a las formas de socialización y de jerarquías del mundo animal.
5. Una quinta propiedad diferenciadora de la especie humana es lo que podríamos llamar trascendencia. En sentido literal significa que el hombre va más allá. Lo que queremos indicar con esto es que, como decía el texto de Arsuaga, el ser humano se pregunta por su propia existencia y se plantea cuestiones sobre el sentido de la misma, e incluso la muerte aparece como uno de los problemas que ha de resolver. El hombre, a diferencia del resto de especies, se interroga a sí mismo, se ve empujado por la curiosidad a conocerse a sí mismo y a su entorno. De este interrogarse nace por ejemplo la filosofía y la religión, pero también la ciencia y el arte. Todas estas esferas de lo humano encuentran en su origen cuestiones que hemos de resolver por lo que el interrogante es quizá uno de los símbolos que mejor representan la naturaleza humana.
Como se ha intentado recalcar en cada una de estas diferencias existe una graduación entre los seres humanos y el resto de especies. Siempre podemos encontrar semillas de estos rasgos en otros animales y serán más significativas y acentuadas cuanto más nos acerquemos en la escala evolutiva. En este sentido, los simios son los animales que más se nos parecen. Sin embargo, no podemos olvidar que la manera en que aparecen en los animales es más primitiva y simple que en los humanos. Estaríamos hablando por tanto de diferencias más cuantitativas que cualitativas y en todo caso de una diferencia sistémica fundamental: si vamos sumando las diferencias que hay en cada uno de los rasgos y las ponemos en relación unas con otras, el resultado es el ser humano, cuya vida personal, psicológica, social, cultural y política no puede ponerse al mismo nivel que la del resto de animales. No obstante, hay autores que critican esta idea, como Peter Singer que propone que la diferenciación entre humanos y el resto de animales implica caer en el especismo (valorar a los seres vivos en función de la especie a la que pertenecen), siendo partidario de extender derechos a los animales. Como se ve, el debate en torno a nuestro ser tiene consecuencias mucho más allá de lo teórico.
6. Cuerpo y alma, mente y cerebro: ¿Qué somos?
La historia de la filosofía se ha ocupado desde sus inicios de uno de los temas que aún hoy son objeto de debate: la existencia del alma. Cuatro siglos antes del nacimiento de Cristo era ya una de las ideas centrales de Platón que, influido por el pitagorismo y por las religiones órficas, afirmó no sólo que el alma existe sino también que puede alcanzar la inmortalidad si logra conducirse sabiamente en la vida. De hecho, esta idea de Platón será incorporada al cristianismo por los llamados padres de la iglesia, como San Agustín. La disputa cuerpo-alma es por tanto una de las más antiguas de la filosofía. Sin embargo, precisamente para evitar las connotaciones religiosas que fue adquiriendo la palabra alma, en nuestros días se tiende a hablar más del problema mente- cerebro. Con esta terminología más precisa y científica se pretende analizar hasta qué punto nuestra mente puede explicarse o no en función de las reacciones físicas, químicas y eléctricas de nuestro cerebro. Esta es la pregunta central: ¿Es nuestra mente únicamente el producto de nuestro cerebro? Veamos algunas de las respuestas más importantes que se han ofrecido hasta ahora.
1. Materialismo: según esta teoría todos los procesos mentales se pueden explicar como resultado de los estados cerebrales. Se trata de una postura monista: no hay dos sustancias (mente- cerebro o cuerpo-alma) sino una sola, el cerebro, en el que la interacción de neuronas y la actividad de los neurotransmisores genera todos nuestros sentimientos, pensamientos e incluso la conciencia. Entre los primeros filósofos materialistas podríamos citar a Epicuro y a Lucrecio. En la modernidad será una idea muy presente en el pensamiento de los empiristas (Hobbes y Hume) o en autores como La Mettrie. Una corriente psicológica clásica que defiende el materialismo es el conductismo (Watson, Skinner): nuestro comportamiento se puede explicar por el esquema estímulo-respuesta, sin necesidad de apelar a procesos internos que sencillamente no existen. En la actualidad esta tesis está formulada de una manera científica en las neurociencias. Cuanto más sabemos del cerebro mejor podemos explicar los fenómenos psíquicos. Esto ha llevado a autores como Paul y Patricia Churchland a formular el materialismo eliminativo, según el cual deberíamos dejar de utilizar todos los términos relacionados con la mente. Un materialismo más complejo es el defendido por Antonio Damasio.
2. Funcionalismo: se trata de otra versión del materialismo, representada por H. Putnam y J. Fodor. Amplían la tesis central de los materialistas: si para estos un estado mental es el reflejo de un estado cerebral, Putnam y Fodor destacan que lo importante no es el estado del cerebro, sino las consecuencias que este produce en la vida psíquica del sujeto. La mente es una función de nuestro organismo, ya que en nuestras sensaciones, emociones y sentimientos intervienen nervios y órganos que están más allá del cerebro. Puede que en diferentes especies se produzca la misma función (por ejemplo, una reacción de miedo) pero de una manera distinta en lo que respecta a sus organismos (sistema nervioso, cerebro, etc). Pensemos que los animales cuentan con un sistema nervioso bien distinto al nuestro, pero ciertos procesos internos pueden ser similares (por ejemplo, el sentimiento del dolor). Así que aún manteniendo la tesis materialista, el funcionalismo no se fija tanto en qué ocurre en el cerebro o el sistema nervioso, sino en qué función es la que se desencadena en la vida psíquica del sujeto.
3. Emergentismo: elaborado por J.R. Searle, el emergentismo defiende que los fenómenos mentales no se pueden reducir a los estados cerebrales, sino que en cierta forma “emergen” de ellos. Esta idea no es exclusiva del problema mente-cerebro: ocurre en diversos niveles de la realidad que a partir de la interacción de diversos elementos que forman un sistema organizado surge una nueva propiedad que no está presente en ninguno de ellos por separado. Así, la mente no podría localizarse en el cerebro, en la médula o en el sistema nervioso, sino que emergería de la interacción de todos ellos, contando con características particulares que no se pueden observar en ninguno de estos elementos por separado. Para el emergentismo, por tanto, la mente emerge del cerebro, por lo que no hay mente sin cerebro, pero los procesos mentales no se pueden explicar sólo en términos cerebrales.
4. Dualismo: se trata de una teoría con una larga tradición en filosofía y viene a defender la independencia de la mente respecto al cerebro. Filósofos como Platón, Santo Tomás o Descartes son sus representantes clásicos. Más cercanos en el tiempo, J.C. Eccles y Karl Popper también han defendido el dualismo: la conciencia no sólo no se puede explicar cerebralmente sino que la mente es sustancialmente distinta del cerebro y en cierta manera controla y supervisa la actividad neuronal. Es la conciencia, y no el cerebro, la que nos otorga una identidad personal y una voluntad, imprescindibles para poder hablar de la libertad humana. Por así decirlo: yo elijo que se activen mis regiones neuronales relacionadas con el disfrute de la música cuando escojo escuchar a mi grupo favorito, y no soy un mero objeto de un mundo físico que me construye. En último término, conciencia y voluntad son independientes de la materia, cuyos estados dependen de lo que somos y elegimos.
Como vemos, no sólo está en juego lo que a primera vista podría parecer una cuestión puramente filosófica alrededor de la naturaleza humana. En nuestros días, el materialismo de la más diversa índole es la teoría más aceptada por los neurocientíficos. Por su parte, los dualistas no dejan de señalar precisamente todo aquello que la neurociencia no puede explicar, lo cual es muy considerable ya que el cerebro es uno de los grandes desconocidos de la ciencia y queda aún mucho por estudiar. En lo que la disputa se va aclarando, la vida práctica y cotidiana asume como un hecho que gozamos de cierta libertad y somos responsables de lo que hacemos. Cómo compaginar ambos conceptos con un enfoque riguroso y científico del cerebro sea quizás uno de los mayores desafíos de ciencia y filosofía.
7. La inexistencia del ser humano "in abstracto": el existencialismo.
La pregunta sobre la naturaleza humana ha encontrado una respuesta paradójica en el siglo XX: nuestra naturaleza consiste en no tener naturaleza. Esta es la tesis central del existencialismo, un movimiento filosófico amplio y plural que rechaza que haya una “esencia” de lo humano, un modelo que debamos realizar, y sitúa en la libertad el valor más importante del ser humano. Desde el nacimiento, el ser humano es libertad pura: no es nada y puede serlo todo. Por eso no hay un camino marcado de antemano, sino que cada uno va formando el suyo en función de las decisiones que toma. Al negar la esencia, el existencialismo pretende centrarse en la existencia real, concreta y particular de cada hombre. Este debe ser para los existencialistas el verdadero objeto de la filosofía y cualquier otra cosa será un intento de distraer la atención, de divagar y esconderse en concepciones abstractas que no nos ayudan a comprender no ya qué somos, sino fundamentalmente quiénes somos.
Para el existencialismo, por tanto, la antropología filosófica debería disolverse en un estudio de la existencia, de los problemas y dificultades que encuentra cada uno en su vivir cotidiano. Y la libertad, que es la mayor de nuestras cualidades, puede vivirse también de un modo problemático: estamos obligados a ser libres, no podemos dejar de elegir. Hemos sido arrojados a la existencia sin ningún tipo de orientación sobre qué o quiénes debemos ser, ni mucho menos sobre cómo hemos de vivir. El ser humano incluye así una dimensión trágica: sin haber elegido la libertad con la que cargamos, hemos de resolverla cotidianamente en cada una de nuestras acciones. Albert Camus encuentra que el mito de Sísifo ofrece una imagen adecuada de lo que es ser hombre: castigados a cargar con una pesada roca, hasta subirla a la cima de un monte, sabiendo que al terminar la tarea la piedra caerá rodando hasta el pie de la montaña. Somos libertad de acción que acaba con la muerte, aniquiladora de todo esfuerzo. Un ser para la muerte: en esto consiste la naturaleza del ser humano.
El existencialismo se ha manifestado de los modos más diversos: esta ausencia de naturaleza es insoportable para Camus, pero para Ortega, que incluye ciertas influencias existencialistas en su filosofía, es precisamente lo que nos separa de la naturaleza, lo que nos permite hacernos a nosotros. Nuestra vida es un problema pero esto inesperadamente nos da ventaja, ya que el resto de seres vivos no pueden elegirse. J.P. Sartre lo interpretará de otro modo: estar siempre por hacer tiene que ser una manera de realzar la figura humana, y aunque su existencialismo incorpora ideas muy críticas con el género humano (“el infierno son los otros”) no pierde de vista un componente ético. En El existencialismo es un humanismo defiende el compromiso y la responsabilidad como conceptos inseparablemente unidos a la libertad, destacando que su ateísmo no implica una degradación o un desprecio hacia el ser humano: antes bien, asumir que Dios no existe y que no hay ningún modelo de ser que tengamos que realizar es una manera de destacar la dignidad y la grandeza del ser humano que ha de convertirse en el auténtico dueño de su propia vida. Otras posibles interpretaciones de la carencia de naturaleza vienen sugeridas desde el existencialismo cristiano. Gabriel Marcel reivindicará la familia y la comunidad como núcleo de significado y sentido. El entorno en que vivimos y nuestra propia familia por encima de todo nos dice quiénes somos, nos otorga esa esencia con la que la naturaleza no nos ha dotado. Emmanuel Mounier defenderá una visión personalista: aunque no tengamos naturaleza, cada ser humano es una persona, cuenta con una identidad integrada por creencias, valores, relaciones con los demás, y una libertad que se concreta en la vocación humana que sería el auténtico proyecto de cada uno de nosotros.
En consecuencia, esta vocación, este sentirnos llamados a ser algo, es una manera de ir realizando esa naturaleza de la que en un principio carecemos.
A lo largo del siglo XX el existencialismo ha adquirido matices y ecos bien distintos: desde el ateísmo a la defensa del teísmo. Sin embargo, ninguna de las corrientes ha renunciado a posturas éticas y afirman la dignidad del ser humano. El existencialismo ateo negando a Dios convierte a cada individuo en su propio Dios, en el que tiene que elegirse y crearse a sí mismo. El personalismo, por su parte, asume que la dignidad personal reside en valor de cada persona por el mero hecho de serlo. Así, desde presupuestos y puntos de partida opuestos se fortalece un concepto como el de “dignidad” que es imprescindible para la fundamentación de los derechos humanos.
8. ¿Es el hombre un animal religioso?
Una última dimensión de lo humano que ha sido discutida dentro de la antropología es la presencia de la religión. La cuestión se plantea de un modo más directo a partir de la aparición del cristianismo, aunque ya antes encontramos reflexiones al respecto en autores presocráticos como Jenófanes de Colofón o en sofistas como Protágoras. Dentro de la filosofía griega, no podemos olvidar que su concepción de la religión era politeista: cada cual podía rendir culto a los dioses que considerase oportuno. Esto no implica que se pudiera ignorar o despreciar a los dioses: una de las acusaciones más graves que se podía recibir era la de “impiedad”, motivo por el cual fueron condenados filósofos como Anaxágoras o Sócrates. Esto nos da una idea de la concepción griega del ser humano: de alguna forma ha de mantener algún tipo de relación cordial con los dioses. Explícita o implícitamente, las mitologías de las diversas civilizaciones y las religiones en su conjunto, entienden que el hombre en un símbolo, y como tal está incompleto sin su otra mitad, sin aquello que “representa” que sería en último término Dios. La cuestión a dilucidar, por tanto, es si el ser humano tiende a adorar y crear dioses “por naturaleza” o no.
Si para los griegos los dioses estaban presentes en su vida cotidiana, más aún se acentuará esta idea durante la edad media. San Agustín comenzará sus Confesiones con una conocida frase: “[…] tú nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Esta concepción antropológica permanecerá vigente a lo largo de la edad media: si para los griegos es inconcebible que los dioses no estén presentes en las actividades más cotidianas, en la gran mayoría de las ciudades europeas de la edad media la vida giraba en torno a Dios. La transición del politeísmo al monoteísmo no afecta en nada a esa necesidad antropológica de lo divino, que hace imposible comprender al hombre clásico o al medieval sin alusión a un ser superior.
Este tendencia comenzará a cambiar con la modernidad. Aunque la religión continuará ejerciendo una influencia social y cultural innegable, el paso del teocentrismo al antropocentrismo abrirá espacio a nuevos modelos antropológicos tanto en la filosofía como en el arte. Podemos tomar como ejemplo a Kant (s. XVIII). Parafraseando el título de una de sus obras, su filosofía ilustrada trata de situar la religión “dentro de los límites de la mera razón”, lo que implica una tarea de crítica y revisión. El ser humano kantiano es razón y es libertad, pero ambas han de comprenderse de una manera limitada. En la Crítica de la razón pura aparece una frase muy citada que refleja este límite: “Tuve, pues, que suprimir el saber para dejar sitio a la fe”. No se refiere Kant en este contexto a la fe religiosa, pero sí al ámbito de creencias personales en torno a preguntas como la existencia de Dios, la existencia e inmortalidad del alma, etc. Así desde el punto de vista kantiano, no se trata de que el ser humano necesite creer en un dios o no. Lo que el ser humano no puede evitar es el hacerse preguntas “metafísicas”. Quizás no se equivoque mucho Schopenhauer cuando, siguiendo en este aspecto a Kant, afirma que el hombre es un animal metafísico: existe un espacio vital e intelectual en el que la razón no sirve del todo y las preguntas no se pueden ignorar.
El enfoque kantiano abre la puerta a nuevas críticas, que nos servirán para completar nuestro recorrido. Si el hombre no es ya el animal religioso, sino metafísico, estamos posibilitando que otros pensadores pongan en duda la legitimidad de estas preguntas y también de las respuestas. Un filósofo alemán, entre muchos otros, lo hizo en el siglo XIX: Feuerbach. En La esencia del cristianismo construyó una crítica a la religión que en el fondo retoma una vieja idea, presente ya en Jenófanes de Colofón: no es dios el que crea al hombre a su imagen y semejanza, sino el hombre el que crea a Dios a su imagen y semejanza. Urgido precisamente por ese afán metafísico del que hablaba Kant, el hombre crea a Dios para encontrar una respuesta sólida a las preguntas que le asaltan. El hombre no es un animal religioso por naturaleza, sino que viene a llenar sus miedos, inquietudes e inseguridades por medio de la religión que termina debilitando su libertad. Después, la religión se institucionaliza y se convierte en un instrumento de poder, hasta el punto que para Feuerbach la auténtica liberación del ser humano vendría dada por la desaparición de la religión, situando al hombre en el lugar que ha venido ocupando Dios. Su propuesta humanista no esconde una nueva concepción antropológica en la que el hombre puede vivir sin Dios, convirtiéndose en el único dueño de su propia vida. Esta crítica aparecerá también en el marxismo y en el vitalismo de Nietzsche y ha ejercido una importante influencia en toda la filosofía y el desarrollo de nuestra civilización durante el siglo XX. Basta mirar la actualidad, para darse cuenta de que aún la pregunta sigue abierta. El animal religioso, el animal metafísico y el animal sin Dios: tres formas de entender la relación entre el hombre y la trascendencia.
9. Algunas caracterizaciones culturales del ser humano
Aunque estamos acostumbrados a escuchar que nuestra especie se caracteriza por ser sapiens, no es esta la única caracterización del ser humano que se ha propuesto. Desde del campo de la filosofía, pero también desde la literatura, el arte y la cultura en general, han surgido múltiples expresiones que recogen aspectos únicos o peculiares de nuestra naturaleza. A modo de curiosidad comentaremos los siguientes:
1. Homo faber: somos animales técnicos, animales que trabajan y “fabrican” múltiples artefactos para hacernos la vida más cómoda. El trabajo, la técnica y, en nuestros días, la tecnología, son rasgos distintivos del ser humano, no exentos de cuestiones filosóficas a su alrededor: el trabajo en el capitalismo, trabajo y naturaleza, importancia de la tecnología en nuestras vidas, impacto sobre las mismas, su dimensión moral, etc.
2. Homo ludens: somos el animal que juega. Y no es que otras especies no lo hagan, pero en nuestro caso además del divertimento aparece un elemento competitivo: a través del juego organizamos jerarquías de individuos, hay “buenos” y “malos”, “vencedores” y “vencidos”. El juego acompaña al ser humano como una más de sus actividades a lo largo de toda su vida.
3. Homo destructor: el ser humano es el único animal que destruye el entorno en el que vive. Ahora que tenemos mayor conciencia de la situación de la naturaleza que en ninguna otra época de la historia, sabemos también que nuestro estilo de vida puede comprometer seriamente su viabilidad. Algunos ecólogos sostienen que somos una de las especie más destructoras, lo cual puede poner en peligro nuestra propia supervivencia.
4. Animal que tiene palabra: esta expresión aristotélica apunta hacia el lenguaje como diferencia específica. Somos la única especie que habla y esta capacidad está directamente relacionada con otra de las caracterizaciones aristotélicas del ser humano: animal político. Vivimos en sociedad y nos organizamos políticamente porque podemos decidir por medio de la palabra.
5. Homo mendax: en cierta manera es el reverso del que acabamos de comentar. El hombre es el único animal capaz de mentir, de utilizar el lenguaje para engañar a sus congéneres. Quizás la mentira juegue un papel en la vida social y cultural mucho más importante de lo que habitualmente pensamos.
6. Homo viator: el ser humano es el animal que está siempre en camino. El viaje es una de las metáforas más habituales para la vida humana: desde el nacimiento a la muerte recorremos un largo viaje por el tiempo. El viaje físico es sólo un símbolo del viaje que representa toda experiencia humana.
7. Homo homini lupus: esta caracterización del hombre nos recuerda que es “un lobo para el hombre”, es decir, que representamos siempre una amenaza y un peligro para el resto de seres humanos, poniendo el acento sobre nuestro lado más agresivo, violento y competitivo.
8. Homo videns: expresión propuesta por G. Sartori, hace alusión a un ser humano dominado por los grandes medios de comunicación, capaces de mostrar la realidad a su conveniencia. Para el homo videns tan sólo existe lo audiovisual, lo icónico, por lo que la capacidad de razonamiento, crítica y reflexión se ve muy limitada.
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